Elegir nuestro final

muerte digna

Soy Médica de Familia desde hace más de 15 años, me dedico a cuidar de las personas en todas las facetas de su vida, en los momentos felices, he podido diagnosticar, tratar enfermedades y salvar alguna vida como me enseñaron en la facultad y en mi residencia, pero en los últimos años de mi labor asistencial, además de ejercer mi profesión en el ámbito rural, he intentado acompañar a mis pacientes en la fase final de su vida y he podido comprobar que esta labor es decisiva y que con frecuencia no le damos la importancia que merece. El final de la vida es un proceso que nos proporciona una gran cantidad de sentimientos contradictorios, pero nos hace crecer como seres humanos y como profesionales. He podido comprobar que existen muchas formas de afrontar la última fase de nuestra vida y más aun cuando nos enfrentamos con pacientes que padecen enfermedades sin alternativas de tratamiento. En estos casos el bienestar del paciente debe ser nuestra prioridad, el acompañamiento nuestra mejor labor y nuestros conocimientos médicos quedan a un lado para dejar paso a nuestro lado más humano y espiritual. Nos encontramos con personas inquietas, pacientes, creyentes, agnósticas y otras a las que les gustaría creer, personas con ideologías de izquierdas y de derechas y otras sin una ideología clara, personas con estudios y otras personas que no saben ni siquiera escribir pero que te enseñan tanto… Todas ellas intentan vivir de acuerdo con sus principios, respetando unas normas establecidas de convivencia. Cuando enferman, cada una de ellas afronta la enfermedad de una forma muy distinta, hay personas fuertes por dentro y por fuera, hay otras que deben ser fuertes por la carga familiar que soportan, hay otras que no toleran el dolor o el sufrimiento, hay quienes demandan más atención que otros, incluso con las mismas patologías. En teoría existen unas etapas por las que todos más o menos pasamos cuando tenemos que afrontar una situación terminal. Pero por mi experiencia, puedo decir que hay muchas formas de enfrentarse a la muerte y que no dependen tanto de ideologías o creencias, sino más bien de lo que hemos aprendido durante nuestra vida. En estos momentos en los que se habla tanto de la ley de eutanasia, me gustaría romper una lanza a favor de las personas que se encuentran en una situación de terminalidad: no creo que sea una cuestión de ideología política, ni de intereses económicos, ni de creencias religiosas, es mucho más que eso, tiene que ver con la manera en que las personas afrontan su muerte como parte de su propia vida y por tanto no debemos frivolizar el tema, utilizándolo como un arma arrojadiza entre los que pensamos diferente. Deberíamos trabajar por llegar a acuerdos que nos beneficien a todos, deberíamos luchar por encontrar puntos de encuentro y no concentrarnos sólo en los matices que nos diferencian. Estoy de acuerdo en que la sanidad debería invertir muchos más recursos en los cuidados paliativos, en el apoyo a las familias y a las personas con enfermedades terminales, pero también puedo decir que la sedación paliativa a veces no consigue paliar el dolor psicológico y la angustia de estos pacientes y de sus familiares. Por mi profesión he podido vivir situaciones en las que los pacientes suplican su muerte, como la única alternativa de paliar su dolor y no les resulta suficiente con que podamos administrar medicación para no sentir dolor físico, necesitan algo más, necesitan terminar con esa situación que les obliga a vivir una vida que no quieren vivir, necesitan que cortemos los lazos que les unen a este mundo y a una vida que ya no les representa, otros lo piden con sus miradas, porque no se atreven a verbalizar su deseo por miedo a no sé que Dios que pudiera castigarlos y otros ni siquiera te miran porque están enfadados con la ciencia por tenerlos prisioneros en una situación sin retorno, por no darles más alternativas que la de esperar a que la muerte venga a por ellos, a que Dios los recoja o simplemente a que su corazón deje de latir . En todas estas situaciones los profesionales debemos acompañar, aliviar y servir de apoyo, a veces con el corazón roto por no poder hacer mucho más, por no poder satisfacer todas sus necesidades ni deseos, por no poder contestar a sus preguntas. La ley de muerte digna ha supuesto un gran avance en los cuidados al final de la vida, de forma que la sedación paliativa actualmente es una práctica habitual que nos da la oportunidad de paliar ciertos síntomas en estos últimos días de vida, permite que los pacientes no sufran dolor ni sensación de ahogo y que la despedida de sus seres queridos sea mucho más apacible. Pero estoy convencida de que la ley de muerte digna vigente no acoge las necesidades de muchos pacientes, no da respuesta a todos los dilemas, ni cobijo a todas las necesidades y por tanto deberíamos luchar por mejorarla, deberíamos avanzar en este camino para incorporar nuevas alternativas, deberíamos darles voz a nuestros pacientes para que puedan ser los protagonistas de su muerte, y puedan decidir sin miedo que es para ellos una vida digna porque solo así podrán tener opción a una muerte digna.

Isabel Carmen Sánchez Fuentes. Medica de familia. Alumna especialista en Bioética de la VII Edición, Escuela Andaluza Salud Pública.

Miembro del Comité de Ética Asistencial del Hospital Virgen del Rocío.
Y con muchas inquietudes por ayudar a las personas al final de su vida.