Ampliación de la conciencia ante la cercanía de la muerte

Quiero hacer una reflexión sobre un tema para mi apasionante como es la ampliación de conciencia en los momentos cercanos a la muerte, para lo que he tomado como puntos de referencia dos películas que he visto recientemente: Tierras de penumbra y Amar la vida.

Los protagonistas de “Tierras de penumbra”, película dirigida por Richard Attenborough en 1993 ), son la pareja sentimental formada por Lewis y Joy.

Lewis, un escritor, profesor de universidad y de reconocido prestigio, intenta descubrir a lo largo de su vida cuál es el significado del dolor en la existencia humana.

Al principio de la película, en algunas de sus intervenciones, ofrece pequeñas pinceladas intuitivas sobre el sentido del dolor, que, me atrevería a decir, son más cognitivas que emocionales.

“El dolor es una metáfora que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos. Dios no quiere, exactamente, que seamos felices, sino que quiere que seamos capaces de amar y de ser amados; es decir, que maduremos”.

Estas palabras del protagonista que, inicialmente, se muestran como proposiciones puramente cognitivas, van tomando cuerpo en el desarrollo de la historia para convertirse en creencias basadas en su experiencia emocional.

A lo largo de la película, se debate entre la felicidad protegida y engañosa de la infancia y la felicidad compleja, real y acompañada de sufrimiento de la vida del adulto; así se puede percibir cuando Lewis dice:

“Creemos que los juguetes infantiles nos hacen felices y nuestro cuarto de juegos es el paraíso. Hay algo que nos saca de este cuarto, que es el sufrimiento”.

Por su parte, Joy, también escritora, a la que se le ha diagnosticado un cáncer óseo terminal, es una persona muy consciente y quiere saber en todo momento la verdad sobre su proceso: no quiere engañarse ni que nadie la engañe. No hay opción para la conspiración del silencio. Sabe que la felicidad es algo perecedero y que tiene un precio, y ese precio es el dolor de la pérdida. La pérdida de la felicidad es lo más doloroso.

Joy se convierte en una paciente terminal con plena conciencia de su situación y quiere disfrutar lo que le queda de vida junto a las personas que quiere, rodeada de amor y cuidados. Desea vivir la vida junto a ellos, simplemente como es, sin artificios y buscar esos sitios que la conectan con su alma. Esa es la felicidad para ella: la conexión con su alma, acompañada de las personas que ama.

Nada que ver con la situación a la que se enfrenta la protagonista de “Amar la vida”, película dirigida por Mike Nichols en 2001.Vivian Bearing, una profesora de universidad con personalidad fuerte, intransigente y muy exigente consigo misma y con los demás, es diagnosticada de un cáncer en fase terminal y es incluida en un programa de tratamiento experimental. Su médico le plantea la situación como un caso de vida o muerte, pero en ningún momento le explica que, probablemente, acabará en un proceso de muerte.

A Vivian se le plantea el tratamiento como un reto que debe superar una persona extremadamente fuerte, cualidad con la que ella se identifica; sin embargo, ella no es realmente consciente de las posibilidades que tiene, ni tampoco se le da la opción de elegir qué quiere hacer en los últimos meses de su vida.

El proceso final de vida de Vivian es terrible: con la aplicación de un tratamiento extremadamente agresivo, cuyo objetivo es, en esencia, aportar datos a la ciencia; recibe un trato denigrante, indigno y absolutamente deshumanizado, que la convierte en un “objeto” a los ojos de sus médicos. En algún momento se da cuenta de lo que está pasando y lo expresa como: “Ojalá hubiera preguntado más».

Pero su rigidez y falta de conciencia no le permiten acabar con la situación, simplemente observa y describe lo que le pasa: “Estoy aprendiendo a sufrir”.

Las situaciones del final de la vida producen cambios de conciencia tanto en las personas terminales como en los que las acompañan, y esto está muy bien reflejado en ambas películas.

Por una parte, en “Tierras de penumbra”, conforme avanza la película, Lewis, cuyo acercamiento a la muerte se produce a través de la enfermedad de Joy, va ampliando la conciencia sobre lo que está pasando, desde un punto de vista emocional, en las personas que hay a su alrededor, precisamente en el momento en que comienza a temer por la pérdida de la felicidad; es decir, empieza a mirar a los demás con ojos de ser humano (o como le dice Joy: “Ahora me miras como es debido”); así pues, con el sufrimiento se amplía la conciencia del protagonista, que se vuelve más empático, más humano.

Esta claridad para ver lo importante de la vida, que acompaña los momentos críticos, aparece poco a poco en Lewis, que la manifiesta en frases como:

“Las cosas hay que decirlas en el momento, porque el momento pasa y luego vuelves a estar solo”.

Por otra parte, la difícil situación que está padeciendo Vivian, la protagonista de “Amar la vida”, la va transformando en un ser vulnerable y absolutamente necesitado de cercanía humana y de cariño. La protagonista contacta con las emociones ajenas y, por primera vez en su vida, empatiza con todos aquellos a los que ha maltratado a lo largo de su carrera, con su dureza y su intransigencia.

Las personas con conciencia de su situación terminal pueden prepararse para el momento final e, incluso, plantearse el legado que quieren dejar para cuando no estén.

Joy, en “Tierras de penumbra”, es consciente de que va a morir pronto y quiere hablar de cómo serán sus últimos momentos. Sabe que, en esos momentos, quiere estar con su marido y le explica lo importante que es para ella, tal como se aprecia en sus palabras:

“El dolor que vendrá después es parte de la felicidad de ahora. Ese es el trato”.

Conforme avanza la enfermedad de Joy, hay conciencia del empeoramiento y de la proximidad de la muerte por parte de los dos. Se produce la preparación para el momento final de la vida, con aceptación por parte de su marido. Joy sabe lo que quiere en esos momentos: abrazar a los que quiere, poder despedirse y decirles lo que es realmente importante.

En el caso de Vivian, de “Amar la vida”, afortunadamente para ella, en estos momentos finales, aparece en su vida un ser humano, la enfermera de la planta, que la trata con dignidad y compasión. A través de ella, puede decidir al menos no ser reanimada y, por tanto, puede disponer algo sobre su proceso de muerte, al elegir no continuar con el experimento al que ha sido sometida y con ello recobrar su dignidad.

La claridad de la cercanía de la muerte permite poner en juego todos los valores auténticos de la persona, valores de los que quizás ni siquiera se ha sido consciente. A veces es necesaria la proximidad de la muerte para hacer consciente la parte espiritual que todos tenemos. En palabras de Joy:

“Cuando se acerca el fin es cuando sabes realmente si eres creyente o no”.

También Vivian puede despedirse en paz de este mundo, acompañada de una persona que ha tenido un gran significado en su vida, una profesora de literatura que le lee un cuento sobre una metáfora del alma.

El legado que deja la persona al final de su vida, que a veces incluye la preparación para el duelo de las personas a las que quieres, es otro punto clave que refleja muy bien la película «Tierras de penumbra».

Joy se despide de su marido pidiéndole que la deje ir, pues ella debe descansar, y que cuide de su hijo. Esta conversación, en mi opinión, es fundamental para aliviar el duelo del marido.

Después de la muerte, viene el duelo normal del marido: inicialmente, la negación, poniendo en duda el sentido de todo: “¿El sufrimiento no es más que sufrimiento, sin causa, sin sentido?”, después la ira: “Este mundo es un maldito caos” y, por último, la tristeza y el llanto por la pérdida, que, en este caso, son compartidos con el hijo de Joy, lo que resulta reparador para ambos.

Lewis sale reforzado de su experiencia dolorosa, porque madura en sus convicciones, que lo hacen ser más humano, tal como se aprecia en sus palabras:

“¿Por qué el amor, cuando lo pierdes, duele tanto?”

“El niño elige la seguridad, pero el adulto elige el sufrimiento, porque el dolor de hoy es la felicidad de antes”.

Reyes Sánchez Tallón, alumna XI Diploma Bioética

Enseñar sobre la vida a través de la muerte Tuesdays with Morrie (1997)

No se imaginaba Mitch Albom (www.mitchalbom.com) que la creación de este libro biográfico que, de inicio, sólo quería contar su experiencia con una persona única como era su profesor, iba a acabar siendo un hito histórico, convirtiéndose en una de las novelas más vendidas en Estados Unidos. (Martes con mi viejo profesor Mitch Albom Audiolibro en Español – YouTube)

No es de extrañar que el nombre del profesor sea Morrie, “mi maestro” en hebreo. Mitch Albom cuenta como consideró a Morrie su mentor desde la universidad y prometió mantenerse en contacto con él tras los estudios. Una vez que Mitch se convierte en un joven de éxito con numerosos premios y reconocimientos, vuelve a juntarse con su profesor 16 años después, que sufre una enfermedad terminal (Esclerosis lateral amiotrófica) enseñándole esta vez lecciones sobre la vida y la muerte. Sus enseñanzas tocan los temas de arrepentimiento, envejecimiento, autocompasión, amor, muerte y vida.

“La clase se impartía los martes. Comenzaba después del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia propia.

No se daban notas, pero había exámenes orales cada semana. El alumno debía responder a varias preguntas y debía formular preguntas por su cuenta. También debía realizar tareas físicas de vez en cuando, tales como levantar la cabeza del catedrático para dejarla en una postura cómoda sobre la almohada, o calarle bien las gafas en la nariz. Si le daba un beso de despedida, ganaba puntos adicionales.

No se necesitaba ningún libro, pero se cubrían muchos temas, entre ellos el amor, el trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perdón y, por último, la muerte. La última lección fue breve, de sólo unas pocas palabras. En lugar de ceremonia de graduación se celebró un funeral. Aunque no hubo examen final, el alumno debía preparar un largo trabajo sobre lo que había aprendido. Aquí se presenta ese trabajo. En la última asignatura de la vida de mi viejo profesor sólo había un alumno. Ese alumno era yo”

Este fragmento del libro expresa con claridad la intención del propio libro, una recopilación de las enseñanzas de Morrie, para enseñarnos a nosotros a morir, pues como él mismo decía: “cuando aprendes a morir, aprendes a vivir”.

Martes con mi viejo profesor refleja todos los valores humanos a la perfección, encerrando en él una lección de vida para todos ya que nos narra el testimonio de las repetidas visitas durante cada martes entre Mitch Albom y su viejo profesor, Morrie Schwartz al cual le queda poco tiempo de vida tras el diagnóstico de ELA.

A través de estos encuentros llenos de conexión y complicidad ambos intercambian ideas y reflexionan sobre la muerte, la familia, el perdón o el amor entre otros temas de la vida cotidiana, encerrando así una enseñanza subliminar fruto de un extraordinario testamento espiritual que nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos a la vez que nos insta a reflexionar sobre nuestra vida de la mano de un hombre que depende por completo de los demás, pero que luchará hasta el final con el mayor optimismo.

Martes con mi viejo profesor fue uno de los libros más vendidos en la lista de no ficción del New York Times (Book Review – The New York Times (nytimes.com)). Permaneció en la lista de libros más vendidos del Times durante cuatro años, convirtiéndose en la memoria más vendida de todos los tiempos. Se convirtió en una película para televisión y salió al aire en 1999, (Martes con mi viejo profesor (TV 1999) subtitulada (Película completa) – YouTube) con Hank Azaria y Jack Lemmon como actores principales y Mick Jackson como director. El libro celebró su décimo aniversario en 2007 con la publicación de una nueva edición.

Raul Montero Yéboles, alumno XI Edición Diploma Bioética

Biografía de un duelo

ace algún tiempo tuve la oportunidad de leer Paula, de la autora chilena Isabel Allende, obra publicada en 1994 y que nos transporta y nos conmueve con el dolor provocado por el proceso de muerte de una hija, su hija, Paula. Nos encontramos ante un triste periplo de una joven recién casada que entra en un coma irreversible debido a la porfiria, la enfermedad hereditaria que padece. Allende, por su parte, vive todo un proceso que comienza con el deseo desesperado de recuperar con vida a su hija hasta el momento en que comprende que es inútil, dando así pie a toda una historia cuyo argumento está relacionado con los afectos, la muerte y el espiritualismo al estilo Nueva Era. Así, tras la muerte de su hija, Allende escribe ““Supe que el viaje a través del dolor terminaba en un vacío absoluto (…) ese vacío está lleno de todo lo que contiene el universo. Es nada y es todo a la vez. Luz sacramental y oscuridad insondable. Soy el vacío, soy todo lo que existe (….) soy nada y todo lo demás en esta vida y en otras vidas, inmortal”.

Hace algún tiempo tuve la oportunidad de leer Paula, de la autora chilena Isabel Allende, obra publicada en 1994 y que nos transporta y nos conmueve con el dolor provocado por el proceso de muerte de una hija, su hija, Paula. Nos encontramos ante un triste periplo de una joven recién casada que entra en un coma irreversible debido a la porfiria, la enfermedad hereditaria que padece. Allende, por su parte, vive todo un proceso que comienza con el deseo desesperado de recuperar con vida a su hija hasta el momento en que comprende que es inútil, dando así pie a toda una historia cuyo argumento está relacionado con los afectos, la muerte y el espiritualismo al estilo Nueva Era. Así, tras la muerte de su hija, Allende escribe ““Supe que el viaje a través del dolor terminaba en un vacío absoluto (…) ese vacío está lleno de todo lo que contiene el universo. Es nada y es todo a la vez. Luz sacramental y oscuridad insondable. Soy el vacío, soy todo lo que existe (….) soy nada y todo lo demás en esta vida y en otras vidas, inmortal”.

Paula fue, sin lugar a duda, un libro escrito para lavar las heridas y llevar el luto de una muerte que se avecinaba. Isabel Allende sintió, y con razón, que si escribía Paula podría lograr que su hija nunca fuera olvidada y que quedara acurrucada en el corazón de todas las personas que leyeran el libro o que hubiesen pasado por un proceso de duelo similar.

En el camino espiritual que Allende recorrió para escribir este libro, se encuentra con la historia de su propia vida incluyendo en él relatos de su vida familiar y personal, ocurrencias de la niñez, altibajos de la juventud, romances, anécdotas y vivencias en medio de la narración del Golpe Militar de Chile en el año de 1973.

La autora pretende establecer con su hija una conexión a través de las letras. Le escribe cientos de cartas que luego son compiladas y publicadas en un libro majestuoso que rememora la trascendencia de las mujeres en el equilibrio de la vida.

La muerte ha dejado de considerarse una parte de la vida, su final, convirtiéndose en algo molesto de lo que ya no se habla ni tan siquiera con quien la está vivenciando cercana. La actitud social ante los duelos, en nuestro medio, es de presión hacia su ocultación y aislamiento. Para mí el libro arroja una terapia frente a la pérdida que se empieza a elaborar antes, como una guía de anticipación que le será útil a la autora y en general para afrontar la pérdida de un ser querido.

Por último, es interesante la lectura de esta entrevista realizada en 2017 donde Allende habla por primera vez acerca de la muerte de su hija en un medio de comunicación. Cierro este post con una cita literal extraída de este artículo:

Afortunadamente –dice la escritora– yo le escribo a mi mamá todos los días. Había un registro de lo ocurrido. Mi mamá me devolvió esas cartas diciéndome: ‘para que veas que la única salida para Paula era la muerte’. Esas cartas estaban en orden cronológico y, al leerlas, me di cuenta de cómo había sido el día a día y pude escribir el libro. Y el revivir ese año y escribirlo me permitió darles límite al duelo y al dolor. Decir ‘esto es lo que ocurrió, esta es la tragedia’. Pero, aparte de eso, estaban naciendo mis nietos, estaba mi hijo Nicolás, estaba enamorada, tenía a mi madre conmigo. Muchas cosas buenas estaban ocurriendo que yo no veía, hasta que lo empecé a escribir. Con ese libro pude contener el duelo. Eso me ayudó mucho”.

Escribir estas cartas fue la forma en que Allende superó un duelo y comenzó un nuevo presente como también sucede con este corto.

Pilar Valverde Romera, alumna diploma Bioética XI Edición