La vida del hombre se expresa como un continuo desde el nacimiento, que se va llenando de contenido durante su transcurrir con múltiples experiencias. Estos acontecimientos en ocasiones dolorosos y en ocasiones plácidos van conformando la biografía de la persona y le van otorgando sentido y finalidad; La finalidad común a toda persona es la experiencia de la muerte. Esta experiencia es transversal y universal, y se antoja como un episodio final, que tras un transcurrir salpicado por dificultades y alegrías se presenta como epílogo lejano e irremediable.
La vida se presenta como un fluir incesante que se interrumpe en su momento final, tal como cantaba Jorge Manrique en los albores del Renacimiento en las elegíacas coplas por la muerte de su padre:
(III) “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir”,
En sus coplas finales incluso presenta a la muerte como cortés y considerada, tratando con respeto y piedad al “muerto “ muy alejada de la imagen de sufrimiento y agonía , pidiendo respetuoso permiso atendiendo a la dignidad de la vida y las acciones de don Rodrigo.
(XXXIII) “….En la su villa de Ocaña, vino la muerte a llamar, A su puerta. (XXXIV) diciendo: << Buen Caballero, dejad el mundo engañoso, y su halago; vuestro corazón de acero, muestre su esfuerzo famoso, en este trago;>>.
Este tránsito lo realiza don Rodrigo de forma dulce, como el río que llegado a su estuario se abre al mar y acompañado de su familia y cercanos entrega la vida voluntarioso, habiendo completado el trayecto de la misma de una forma noble, con sentido y jalonada de actos gloriosos y leales. Como no podía ser de otra manera, sin cometer locura, el caballero da su alma a su creador habiendo completado el trayecto que Dios le había dispuesto
(XXXVIII) “ …Y consiento en mi morir, con voluntad placentera clara y pura, que querer vivir , cuando dios quiere que muera , es locura “
(XL) “ Así , con tal entender, todos sentidos humanos, conservados, cercado de su mujer, y de sus hijos y hermanos, y criados, dio el alma a Quien se la dio que aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo, su memoria”
Esta metáfora de la vida como un fluir contínuo o un camino a recorrer se repite desde la Edad Media dándonos a entender el sentido de la misma como un transcurrir hacia un final que llegará al caer la tarde y con ella la noche, como cantaba Antonio Machado en sus soledades
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿A dónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
—La tarde cayendo está—
Este transcurrir contínuo de la vida es la carrera contra el tiempo, “tempus fugit” en el que existe un sentido en la carrera hacia delante, hacia ese final previsto. Esa carrera tiene numerosa curvas, tiene dificultades montañosas o de terrenos abruptos, tiene momentos eufóricos de plenitud y tiene momentos de debilidad pero tiene un sentido hacia ese final acordado de antemano y entendido por todos como irremediable. Pero esa carrera aunque sea en grupo , en equipo o en pelotón tiene el componente de ser la mayoría de las veces una carrera de fondo y conlleva la soledad del corredor de fondo en la que de manera individual nos enfrentamos al mundo, un mundo de lucha, de coraje, de agotamientos y de recuperaciones y en el que de manera individual debemos decidir sobre las dificultades de la prueba, ya que sólo cada uno de nosotros calzamos nuestras botas , cada uno de nosotros intuímos nuestras fuerzas y conocemos nuestras metas a cumplir. Con lo que sólo de manera individual conocemos el sufrimiento que nos ocupa la carrera y sólo si el llegar a la meta nos alivia el dolor del esfuerzo o éste se convierte en un sufrimiento sin sentido. Como toda carrera, la vida puede verse interrumpida de manera brusca, no anticipada y no esperada. En un parpadeo, en un “ictu oculi”, como reflejó maravillosamente el pintor barroco sevillano Juan Valdés Leal, todo cambia; el río se desborda, el camino se embarra o llega la lesión y el colapso físico.
Es en éste momento cuando la individualidad del corredor aparece. Las metas, el sentido de la carrera, el dolor admisible, la capacidad de aguante o el abandono por el sufrimiento sinsentido. A nuestros ojos de espectador aparecen múltiples escenarios paradigmáticos del dolor y el sufrimiento pero cada uno de ellos llevado a hombros por una persona individual que calza sus propias botas.
El caso de Gabriela Andersen-Schiess en los Juegos Olímpicos de los Angeles 1984. En la que se ve como el dolor físico y el sufrimiento amenazan la integridad de la persona, pero el sufrimiento se mitiga por el ansia de trascendencia personal en alcanzar una meta y con ello una plenitud en su carrera deportiva como ella explica
El caso de Derek Redmond en la semifinal de 400m supone la irrupción de la enfermedad de forma brusca y definitiva para no alcanzar la meta y demuestra la importancia del acompañamiento, del respeto de la dignidad del paciente, corredor en este caso, realizada por su padre.
El caso de Callum Hawkins en los juegos de la Commonwealth 2018 ocupa el caso en que el colapso físico y mental es superior a cualquier forma de alivio, independientemente de los cuidados que se le apliquen y en el que el respeto al corredor implica el abandono de la carrera y el cuidado y la atención del atleta cuando todo termina y el sufrimiento físico y psíquico y el dolor no son https://www.youtube.com/watch?v=_QKIfpMag9k
SUFRIMIENTO Y SINSENTIDO
La vida humana debe tener un sentido: Tener sentido tiene dos acepciones, por una parte entendido el sentido como una finalidad para que haga inteligible el recorrido y por otra parte una motivación por cumplir dicha finalidad en la que se comprometen libertades. Cuando la vida tiene sentido, se le da sentido comprometiendo las decisiones que se toman, orientándolas en el cumplimiento de las tareas que le dan dicho sentido y dirección. Así pues el sufrimiento no puede tener sentido por sí mismo. No es una finalidad en si mismo, incluso el pensar que el sufrimiento “per se” debe tener sentido siempre y en cualquier circunstancia puede tener connotaciones de maleficencia. Pero se puede encontrar el sentido, “a pesar” del sufrimiento, cuando existe una finalidad en la que comprometemos nuestras decisiones y libertades. Lo que destruye al hombre realmente es el “sufrir sin sentido” y contra lo que se debe luchar es contra el sinsentido. Esta lucha contra el sinsentido es la que hará disminuir la experiencia de sufrimiento.
Existieron durante toda la historia del Olimpismo arduas y encontradas discusiones sobre la pertinencia de una prueba de Maratón femenina, en cuanto a la imposibilidad física de las atletas en poder terminarla. Al final, en el verano de 1984, se autorizó la celebración de esta prueba en el transcurso de las Olimpiadas de los Angeles. En ella participó la Suiza Gabriela Andersen-Schiess. Gabriela, completamente deshidratada y desorientada a causa del esfuerzo en ese día tan caluroso, y tras haber desaprovechado el último puesto de avituallamiento, comienza a sufrir un fuerte calambre en la pierna izquierda y a tambalearse, a falta de recorrer los últimos 500 metros en el Coliseum de Los Angeles para finalizar la maratón. Mientras que la ganadora Joan Benoit requirió un minuto y medio, Gabriela precisó casi 7 minutos en recorrerlos, rechazando mientras tanto cualquier asistencia médica, antes de caer inconsciente en los brazos de los médicos en la línea de meta. En su caso dicho sufrimiento tenía una finalidad ya que por las reglas de entonces, una atención externa la hubiese descalificado y no hubiese podido llegar a la meta. Su meta era acabar y demostrar que se podía acabar, siendo con 37 años la última oportunidad de demostrarlo, por ella y por las atletas que vendrían después de ella. Eso le dió sentido a su carrera, a pesar del sufrimiento físico. A pesar de que el sufrimiento no tenía sentido, la carrera, la vida, sí lo tenía y ella se lo daba. A raíz de aquella carrera se autorizó el soporte externo sin descalificación.
Todo sufrimiento produce una situación de desgarro, ruptura real o percibida superior al dolor físico tal como le ocurrió a Dereck Redmond en las Olimpiadas de Barcelona 1992 en la prueba de 400m lisos. Tras años de superar lesiones y períodos de convalecencia duros por causas de una lesión cronificada del tendón de Aquiles, Dereck consiguió clasificarse para las semifinales de los 400m teniendo grandes posibilidades de obtener una medalla. Al poco de comenzar la prueba, sufrió de manera brusca una rotura en la musculatura isquiotibial. Su sueño se rompió de manera abrupta delante de él. A pesar del dolor y el sufrimiento por la ruptura de su sueño trató de llegar a la meta. Su padre conocedor de lo que ésta prueba suponía para su hijo y del sufrimiento más allá de lo físico que padecía , burló el anillo de seguridad y decidió ayudarle a cruzar la meta. Cuidar al que sufre va mucho más allá que ser un soporte frío o una medicación paliativa. El padre de Dereck conocía la historia concreta, sentimiento, preocupaciones y la experiencia de sentido o sinsentido que contenía el acabar la prueba. No fue una mera muleta. Con su cuidado potenció la decisión de su hijo de acabar la prueba a pesar de la vulnerabilidad del dolor y el sufrimiento.
Pero como en el caso de Callum Hawkins ¿Qué hacer cuando existe una situación en que el sufrimiento , el dolor, no encuentra sentido?. Cuando estamos ante una situación en la que a pesar del soporte externo y del acompañamiento se pierde el sentido y la finalidad del sufrimiento, ¿se pierde el sentido y con ello la finalidad de la carrera? Y… ¿Qué hacer cuando esta situación de dolor y sufrimiento es irreversible, no mitigable y el atleta / paciente lo entiende como inaceptable? Entonces, en ese momento ¿Es lícito pensar en abandonar la carrera? O… ¿debemos obligar al atleta / paciente a terminar la carrera?
La experiencia de sufrimiento e inaceptabilidad es propia e individual. Aunque relacionado con la intensidad, la percepción está matizada por la interpretación que hace el paciente de una situación concreta, en función de su biografía, sus creencias y sus valores.
El alivio del sufrimiento es uno de los objetivos centrales de nuestra profesión, debemos dar soporte, debemos aligerar el dolor cuanto se pueda, debemos bucear en las fuentes del sufrimiento para ayudar a buscar un sentido, debemos facilitar la actitud de afrontamiento , orientándolo hacia la aceptación y la capacitación, pero ante todo debemos respetar la autonomía de la persona y debemos respetar cuando éste sufrimiento se vuelve insuperable e inaceptable y como al atleta que abandona, o que continúa , arroparle en su decisión.
Eduardo Martín Tamayo, Alumno X Edición Diploma Bioética