Dialogar sobre el significado que le otorgamos a la muerte, cómo nos gustaría morir o lo que creemos que nos depara el óbito una vez que éste acontece, no se encuentran entre los temas más recurrentes de las tertulias de nuestra sociedad, máxime en la antesala de la muerte de una de las personas interlocutoras.
Percibo como más frecuentes las divagaciones sobre cuáles son los valores y comportamientos que se nos insta a profesar en vida por vislumbrarse como llaves que nos abrirán unas puertas y cerrarán otras una vez que el momento de nuestra propia muerte nos aceche.
La Dra. Iona Heath expone en su libro “Ayudar a morir” que a pesar de que la muerte permea la vida, buena parte de la respuesta pública a la muerte todavía se reduce al sensacionalismo o al silencio.
En la obra Fedón, Platón plasma los diálogos socráticos que, según parece, el propio Sócrates mantuvo el mismo día de su muerte. En estos, relatados por Fedón (expone la obra que éste estaba presente), Sócrates argumenta sobre la muerte, los moribundos y el alma.
“Fedón.- al estar allí me sucedió algo extraño. Pues no se apoderaba de mi la compasión en la idea de que asistía a la muerte de un amigo, porque se mostraba feliz, Equécrates, aquel varón, no sólo por su comportamiento, sino también por sus palabras. Tan tranquila y noblemente moría que se me ocurrió pensar que no descendía al Hades sin cierta asistencia divina, y que al llegar allí iba a tener una dicha cual nunca tuvo otro alguno”.
La muerte está definida en la obra como la separación del alma y el cuerpo: “¿Y que no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo? […] ¿Es, acaso, la muerte otra cosa que eso?”
Sócrates aguarda dicha separación con cierta felicidad y tranquilidad porque no cree que sea el final del alma, siendo certeramente el final para el cuerpo, considera a éste como un obstáculo puesto que le aparta de la sabiduría pura que se presenta cuando “el alma queda sola en sí mima separada del cuerpo”.
Expone haberse preparado a lo largo de su vida para poder vislumbrar la sabiduría alejándose de las interferencias del cuerpo, por este motivo, recibe la muerte con dicha. Asemeja filosofar a practicar el morir con complacencia.
“¿Y no sería ridículo, como dije al principio, que un hombre que se ha preparado durante su vida a vivir en un estado lo más cercano posible a la muerte se irrite luego cuando le llega ésta?”
La tranquilidad y certeza que tiene Sócrates sobre la muerte y la no finitud del alma sino que la muerte es más bien la antesala del Hades, no es compartida por todos los presentes. Algunos temen que tras la separación del cuerpo y el alma esta última también llegue a su fin.
“Cebes: […] lo relativo al alma produce en los hombres grandes dudas por el recelo que tienen de que, una vez que se separa del cuerpo, ya no exista en ninguna parte, sino que se destruya y perezca en el mismo día en que el hombre muera, y que, tan pronto como se separe del cuerpo y de él salga, disipándose como un soplo o como el humo se marche en un vuelo y ya no exista en ninguna parte”.
Sócrates defiende que no todas las almas siguen el mismo camino, además de que éste no está bien definido y se precisa de guías por las bifurcaciones y encrucijadas que presenta, el devenir será uno u otro en función de la vida que ha tenido el que se presenta como moribundo. Los sacrificios y cultos de esta vida contribuyen a la visualización del camino con mayor nitidez y a la colaboración de los guías en el sendero, a la compañía de los dioses y a habitar el lugar que merece su alma.
“De suerte que, por esta razón, no me irrito tanto como me irritaría en caso contrario, sino que tengo la esperanza de que hay algo reservado para los muertos, y, como se dice desde antiguo, mucho mejor para los buenos que para los malos”.
En la obra se define a los buenos como aquellos que viven ajenos a los placeres y ornatos del cuerpo y se centran en la moderación, la justicia, la valentía, la libertad y la verdad, esto les pondrá en disposición de ponerse en el camino del Hades.
Es posible que los malos cuando mueran inmersos en vendavales y no en un momento de calma, como para el que se ha estado preparando el filósofo, no lleguen a pasar al otro lado y se queden a este lado en formas de fantasmas.
“[…] da vueltas alrededor de monumentos fúnebres y sepulturas, en torno de los que se han visto algunos sombríos fantasmas de almas, imágenes estas, que es lógico que produzcan tales almas, que no se han liberado con pureza, sino que participan de lo visible, por lo cual se ven”.
Sócrates presenta el alma como inmortal y ésta vuelve del Hades después de haber permanecido en éste, un nuevo guía les conduce aquí una vez transcurrido un largo espacio de tiempo.
“[…]¿tienen una existencia en el Hades las almas de los finados o no? Pues existe una una antigua tradición, que hemos mencionado, que dice que, llegadas de este mundo al otro las almas, existen allí y de nuevo vuelven acá, naciendo de los muertos.”
La idea que Sócrates tiene de la muerte hace que enfrente la misma con sosiego puesto que afirma que cuando beba el veneno con el que se le ha condenado a morir se dirigirá hacia una felicidad propia de bienaventurados.
Esta felicidad y sosiego ante la muerte está cercenado a las personas moribundas (la obra siempre se refiere a los hombres) que hayan vivido una conforme a los preceptos de virtud que Sócrates y sus discípulos establecen. La muerte como un nuevo amanecer no se le ofrece a quien no haya seguido las normas establecidas. Este planteamiento se puede vislumbrar como coercitivo, de igual modo que en las posteriores tradiciones judeo-cristianas.
“[…] por todas estas cosas que hemos expuesto, es menester poner de nuestra parte todo para tener participación durante la vida en la virtud y en la sabiduría, pues es hermoso el galardón y la esperanza grande”.
Las mujeres aparecen representadas como plañideras, no cabe la posibilidad de que puedan presenciar la muerte, propia o ajena con sosiego.
Veo reflejados los argumentos de Sócrates sobre la muerte, el Hades, las almas y los fantasmas, en una chirigota del carnaval de Cádiz de este año, “Los mi Alma”. En tono de sorna, como toda chirigota que se precie, el título responde a un grupo de sevillanos que concursan en el gran teatro gaditano Falla con el objetivo de ganar el concurso. En su popurrí la letra reza así: “Ya voy desapareciendo, me voy perdiendo en la nada, como los trabajos dignos, como las motos trucadas… que pa’ eso no tengo cuerpo (son un mi alma) y prefiero no tenerlo antes que comer aguacates para poder mantenerlo”. Igual que Sócrates consideran la atención al cuerpo como una distracción de lo verdaderamente importante, además de que supone un importante esfuerzo dejarse llevar por los placeres y ornatos del mismo.
Aquellas vidas que no se han dedicado a la virtud y la sabiduría puede que en el momento de la muerte el alma inmortal quede atrapada en este mundo, como les ha pasado a este grupo de chirigoteros: “Con mi alma, que se aparece en forma de fantasma, yo daba miedo desde chiquetito y ya sabía que estaba maldito, es que de siempre a mi me había dicho la gente que yo era un paranormal, o algo así”
Y es que no siempre el Hades está abierto para todas las almas errantes: “La puerta estaba cerrada y allí San Pedro en persona, del cherif tenía la cara, no me deja entrar al cielo como un portero del MOMA. Si yo he venido en zapatos, ¿Me vas a dejar aquí? Maricona. Pues no me dieron las alas, ni un redbull para darme coba. Y aquí estoy vagando, y doy mil volteretas, traspaso las puertas que no están abiertas”.
Yongey Mingyur Rimpoché en su libro Enamorado del Mundo habla sobre los bardos de la vida y la muerte. Vislumbro alguna remota similitud con lo que plantea Sócrates sobre el cuerpo, el alma, el Hades y la muerte con la filosofía budista. Se conoce Bardo como estado intermedio entre una vida y la siguiente. El Bardo de esta vida corresponde a la vida que conocemos en la que el cuerpo y la mente están unidos. El budismo habla de mente y en lugar de hablar de alma.
Este bardo de la vida es un momento único para la preparación de la muerte. En el caso de Yongey Mingyur Rimpoché habla de la meditación del sueño igual que Sócrates plantea la sabiduría y el uso de la filosofía para vivir ajeno a los engaños del cuerpo y acercarse al alma y de este modo prepararse para el momento de la muerte y poder experimentarlo con felicidad.
El bardo de la muerte es la etapa de declive que culmina en la liberación de la mente del cuerpo. En este caso Sócrates habla de la liberación de la alma. “El reconocimiento de la luminosidad es la experiencia de la muerte antes de morir, morir en el bardo de esta vida”.
El bardo del dharmata, traducido como “realidad”, es un estado onírico que sigue a la muerte física, el budismo argumenta que despertar en nuestros sueños en esta vida aumenta nuestra capacidad de despertar en el bardo del dharmata. El karma durante el bardo de la vida será determinante para el acceso a la iluminación tras la muerte. Para Sócrates el karma es una vida de virtud, dedicada a la sabiduría y alejada de los placeres del cuerpo.
Asemejo el bardo del dharmata al Hades. En el Hades el alma puede reencontrarse con los seres queridos y estar acompañada de los dioses. En el bardo del dharmata la mente puede ser iluminada.
El bardo del devenir, es cuando la mente se libera de su entorno físico, mental, familiar y transita de forma inmaterial, en busca de una nueva encarnación. Al igual que el alma retorna a esta vida de entre los muertos, puesto que es inmortal, una vez que ha pasado un tiempo determinado y es guiada de nuevo de vuelta.
Además de que uno habla de alma y otro de mente, uno de iluminación y otro de yacer junto a los dioses, el budismo aspira a salir de la rueda eterna del Samsara y llegar al Nirvana dejando de reencarnarse en cuerpo y otro continuamente.
Ahora que el bardo del morir amanece sobre mí,
abandonaré todo aferramiento, anhelo y apego,
entraré sin distracción en la conciencia clara de la enseñanza
y proyectaré mi conciencia al espacio de la Rigpa no nacida;
al dejar este cuerpo compuesto de carne y sangre
lo conoceré como una ilusión transitoria.
Laura Lorca Salas, alumna de la XIII Edición del Diploma de Bioética