Para, piensa y responde. El sentido de la vida

Queridos amigos y amigas, ¿ninguno de los lectores se ha planteado alguna vez la muerte por necesidad o ha deseado morir? ¿Y si de repente la vida nos cambia de forma sustancial y deseamos sólo vivir, aferrarnos a todo tipo de esperanza que podamos albergar? ¿Alguna vez no habéis sentido que no encajáis?

A vista de pájaro, y volviendo la vista a la niñez, cuan de dura ha podido ser esta para que un niño y niña pueda de forma constante desear la muerte, y reflexionando ahora sobre ella y el final de la vida, cuantas oportunidades nos da esta para poder elegir el momento apropiado. Cuantas veces hemos podido sentir que no encajamos en ella, y cuantos cambios pueden producirse para que al final la vida encaje con nosotros.

Una de las películas que he visto este fin de semana es “Diecisiete”, que nos da un paseo por la vida de dos hermanos jóvenes que con grandes dificultades han aprendido a quererse, a cuidarse a ellos y a los demás y a ver la perspectiva del cuidado desde el punto de vista de una adolescencia abocada al fracaso y al dolor.

Adolescentes que se han encontrado muchas piedras en el camino, afrontado deseos de morir, dañar, acabar, y poco a poco en su fuero más interno encuentran la necesidad de proteger, ayudar y cuidar.

Me ha parecido muy emotivo como poco a poco y con paciencia y tiempo, dos chicos aprenden a quererse, a cuidarse y sobre todo a entenderse y respetarse.

Me ha encantado ver como estos dos adolescentes se han quitado las máscaras en las que aparentemente se escondían y se han reencontrado en un punto intermedio, y a veces me pregunto, una vez que han sido capaces de reencontrase y cuidara su perro y abuela en situación terminal, ¿tendrán la oportunidad de aferrarse a las ganas de vivir y reflexionar sobre cómo ese ímpetu de juventud, esos deseos de morir o encajar pueden retrasarse a un momento posterior, con compañía, respeto, autonomía y comprensión y convertirse en ganas de vivir, cuidar, y respetarse?, pues si, en esta película se puede comprobar como aprenden a luchar, quererse, cuidarse y cuidar.

Me ha conmovido como Héctor, tal vez para ayudarse a sí mismo, nos da una lección sobre los cuidados a los demás, a su abuela moribunda y sobre todo a su perro callejero, y que no deja de ser un hermoso vinculo de amor y amistad, cariño y respeto a ambas figuras.

Aunque la película se centra en gran medida en estos dos chicos, sin duda, el papel de la abuela, aunque se encuentre en un segundo plano es fundamental. Se encuentra en estado terminal pero sus nietos deciden sacarla de la residencia y se marcan como objetivo cuidarla y enterrarla en su pueblo, aunque lo más emotivo es que ésta decide no morirse y aferrarse a la vida y justo en este momento me hace pensar en la sesión de espiritualidad y en cómo, a veces, si no podemos intervenir, lo importante es saber ESTAR.

Es una película que sin duda te sensibiliza sobre la enfermedad, el amor, y sobre todo los cuidados, el cuidado con extremado amor. (Abuela, no te mueras hasta que vuelva…..)

Tráiler de la película

Raquel Sánchez del Pino, alumna XII Edición Diploma Bioética

Un clavo saca a otro clavo

No hace mucho en una de esas sobremesas familiares de sofá y chimenea, con la televisión de fondo, nos surgió un debate que ha estado dando vueltas en mi cabeza. El de la legitimidad ética del proselitismo religioso en las últimas etapas de la vida. La conversación nació a raíz de la película “Camino” que proyectaba la televisión de la salita, sin sonido para facilitar el fluido, entretenido y a veces apasionado diálogo que siempre surge cuando nos reunimos.

Esta obra de Javier Fesser, premiada con seis de los siete Goyas a los que estaba nominada, narra la historia de Camino, una niña creyente en una familia el Opus Dei, de once años, que se enfrenta al mismo tiempo a dos acontecimientos que son completamente nuevos para ella: enamorarse y morir. La película comienza en el momento de su muerte. Momentos después retrocede cinco meses para poder contar toda la historia desde antes del comienzo de la enfermedad. Ha sido el centro de una polémica entre los que aseguran que se trata de un hermoso y sobre todo original paralelismo entre el amor a Dios y el amor adolescente en el seno de una familia con fuertes convicciones religiosas que inculcan a su protagonista; y los que comparten la opinión expresada por la portavocía del Opus Dei: “considero que esta ficción cinematográfica ofrece una visión distorsionada de la fe en Dios, de la vida cristiana y de la realidad del Opus Dei”.

Pero, independientemente de estas controversias, la pregunta que me surge de fondo es cuán lícito o ético es ofrecer a una persona, en el final de la vida, que se aferre a unas convicciones religiosas como forma de paliar la angustia vital, el miedo y el dolor que produce la muerte.  Aún recuerdo a Sor Milagros, la enfermera encargada de planta, repartiendo medallas de la Virgen Milagrosa a los pacientes antes de bajar a quirófano mientras les decía “no tengas miedo criatura, que rezamos por ti”; y al Capellán del hospital al pie de la cama de los pacientes terminales recitando «Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).

Me pregunto si en esos momentos en los que la intensidad emocional de la situación pueden hacer que el paciente esté indefenso, desvalido, la persona designada para acompañarlo en su tránsito está legitimada para ofrecer consuelo con su propia respuesta vital, sus propias creencias. Quizás, como nos ocurrió aquella tarde, esa pregunta sea para vosotros, lectores  objeto de reflexión y diálogo. Y, si no, siempre os quedará haber visto una película cuanto menos interesante y que difícilmente os deje indiferentes.

Mª Paz Pérez Espejo

Alumna XII Edición Diploma Bioética

Fin de vida, la estación y una poesía por descubrir

Cuando lees por  primera vez  “La Muerte de Ivan Ilich” del gran León Tolstoi, sientes que ya nada volverá a ser como antes.

Leí esta obra pequeña siendo estudiante de Medicina al igual que “El Médico” de Noah Gordon, y si la segunda me impulsó a trabajar con ahínco en mi formación académica, la del gran Tolstoi te lleva a trabajar e interiorizar sin medida en el secreto de la Vida y la Muerte como un continuo que replantearte día a día.

Si una, el Médico, me llevó a aprobar el MIR, Ivan Ilich me llevó a iniciar el sentido de la Vida

Iván Ilich es un  burócrata provinciano en la Rusia de los zares, que escala posiciones, talento, esposa, familia convencional, casa burguesa, sociedad y amigos que flotan en la mayor de las superficies mundanas.

Tras tener un pequeño accidente inicia un proceso de dolor que se va agravando por días y meses hasta que se consuma una muerte que no deja indiferente a quien está imbuido en la lectura. Un joven estudiante de Medicina, sintió temblar la tierra bajo sus pies al iniciar búsquedas que hasta ese momento no había sentido como necesarias.

Porque lo que vas sintiendo en su lectura es que el intolerable dolor físico y la  intuición de la muerte cercana llevan a Iván Ilich a un repaso de su vida que lo llevará desde su infancia, juventud, familia, trabajo, amigos, que le hacen sentir que ha vivido algo absolutamente inútil…todo ello golpeado por un dolor que a veces sientes como lacerante y propio en sus páginas.

Porque son los Valores quienes entran en juego en esta metáfora de una vida y muerte absolutamente normales y te hacen replantear en este mundo de la Bioética: ¿Qué valores mueven mi vida, mi trabajo, mis relaciones, hasta mi propia casa y mi posible final de vida?

Los dolores…el dolor en sí, lo va haciendo consciente del proceso que va llevando de camino a la muerte, pero ese proceso es superable… si no fuese por el intenso SUFRIMIENTO que experimenta en la “Soledad Acompañada” en la que habita. Sabe que se está muriendo y a nadie le importa. Siente la indiferencia de su familia, que se queja de unos cuidados que les son molestos y tediosos. La enfermedad es algo irritante para la familia y los amigos, que les hace sentir la vulnerabilidad que todos llevamos dentro y que les aleja de esa felicidad que buscamos a toda costa.

Y te planteas…¿Qué clase de felicidad busco y habito?  

Fragmento

“Al tercer mes de enfermedad, y sin que nadie pudiera decir cómo había ocurrido, pues había sucedido paso a paso, inadvertidamente, pero había sucedido lo que la esposa, la hija y el hijo de Ivan Ilich, el servicio, los amigos, los médicos y, sobre todo, él mismo sabían: que todo el interés de los demás hacia él se reducía a la cuestión de cuándo dejaría vacante su puesto, cuándo libraría a los vivos de la molestia de su presencia y se libraría él de sus sufrimientos”

En una sociedad actual donde sólo existen las fotos de Instagram o Facebook con las últimas vacaciones, la felicidad del “me gusta” y miles de dedos arriba en señal de óptimo, y magnífico, el releer este pequeño libro, te libera de “pequeñeces” y te lleva a las preguntas vitales que hacen que el Sentido de tu vida tenga un horizonte al que caminar

¿Quién soy?, ¿Desde dónde me vivo, me experimento?, ¿ Qué relaciones facilito?, ¿Entre quienes paso mi vida? ¿Cómo siento mi trabajo, el dinero, la casa, el coche…en mi realización personal?, ¿Cuál es mi horizonte de sentido? ¿Qué personas me acompañarían hasta el final de mi vida?…

Muerte del Arlequín. Picasso (Arlequín, ahora muerto, es el alter ego de un Picasso que le asesina abiertamente)

Porque si miramos alrededor, no podemos sino respirar la insensibilidad social ante la muerte de los demás, y por otro el del vacío al que habitúan los convencionalismos sociales en que se movía Ivan Ilich y nosotros a diario.

No puedo olvidar el inicio del libro con el muerto en esquela y los compañeros soñando con fruición, sobre quién tomará el cargo que deja el difunto, ó a su esposa, pensando en el dinero que sacará de los seguros, para poder seguir viviendo al uso.

Tolstói no narró su propia muerte, pero sí su vacío interior

Y aquí se inicia otra aventura…la del autor, León Tolstoi.

Hombre de la aristocracia pero sencillo y afín a los campesinos, Tolstoi había llegado a un punto de crisis matrimonial que se hacía insostenible.

Tolstoi, el autor de La muerte de Ivan Ilich,  ante el sentimiento de vacío existencial de su vida (paralelismos inicuos a los 25-30 años de escribir este libro) decide hacer testamento y dejar todos sus derechos de autor para la causa pacifista en la que creía. Todo ello a escondidas de su esposa que intuye lo sucedido.

La condesa exigió repetidamente al editor de su marido que le permitiera leer el testamento, pero éste no accedió a sus deseos. La situación en la pareja se hizo insostenible.

En octubre de 1910, con 82 años recién cumplidos, el escritor ruso abandonó su mansión  mientras su mujer dormía. Antes de partir, le dio a su hija Alexandra una carta para su madre, que debería entregarle no antes de que se despertara, en la que explicaba los motivos de la huida y advertía que sería mejor no intentar seguirle porque su decisión de abandonarla era inamovible

Con 82 años, el escritor ruso abandonó todo un estilo de vida que representaba la casa la familia y las amistades . Al igual que su obra, y siguiendo casi el esquema de Ivan Ilich, siente que no puede morir en un lecho rodeado de personas que no le aman y a las que molesta.

Se dirigió con su amigo médico a la estación de tren y cogió el primer tren que pudo, sin destino cierto. A los pocos días, un periodista dio con él: Le encontró con una fiebre de 40 grados, debido a un súbito enfriamiento durante los traslados, y le acompaño, junto con el médico, a la estación de Astápovo, un importante nudo ferroviario. Al parecer, el fugitivo se decidió por ir al Cáucaso, en donde ya estuvo en su juventud pero la fiebre le obligó a interrumpir el viaje.

Sólo su hija y el secretario personal que le ayudó en su testamento, pudieron acompañarlo en las últimas horas de su vida, consumido por la fiebre de una neumonía que ni pudo ni quiso tratar.

Eligió  cómo  y  con  quienes  morir.

Eligió.

Y  murió  en  la  estación  de  un  tren.

El gran Leon Tolstoi, murió entre las vías de cientos de trenes como a diario pasan a nuestro lado, aparcado y sabiendo que su vida y sobre todo su final eran dignos del gran autor de Ivan Ilich.

Pienso que no hubiese encontrado mejor lugar ni compañía para vivir la muerte, que la elegida o  sobrevenida a Tolstoi.

Tolstói, cuando salió de su palacete, de camino a la estación, solo se llevó el libro de  “Los Hermanos Karamázov” de Dostoyevski.

No puedo evitar pensar en un Final de vida, más lleno de Vida que el de Tolstoi.

Al menos él pudo tener una opción que no llegó a Ivan Ilich.

Seguro que ambas muertes no fueron vividas desde la misma intensidad ni libertad.

Seguiré buscando al Tolstoi que camina conmigo en plenitud de horizontes y delatando al Ilich que también se me presenta a cada esquina, pero al que interrogo y dejo apartado.

Al menos por esta vez. Al menos de momento…

“Cuervos sobre los campos de trigo” Último lienzo de Van Gogh

Juan A. Cózar Olmo

Alumno XII Edición Diploma Bioética

Decidir bien morir para aprender a morir: «MI VIDA SIN MÍ», Isabel Coixet

Durante un fin de semana veo «Mi vida sin mí», de la directora catalana Isabel Coixet, responsable de una filmografía peculiar en la que no faltan las referencias a la enfermedad (por ejemplo: «La vida secreta de las palabras», también con Sarah Polley o «Elegy», con Penélope Cruz). El argumento de la película que quiero presentaros es en apariencia sencillo pero oculta complejas reflexiones. Ann (Sarah Polley), tiene 23 años, dos hijas, un marido con trabajos precarios y vive en una caravana en el jardín de su madre a las afueras de Vancouver. Tras un desmayo, en un reconocimiento médico le diagnostican un cáncer incurable y le dan dos meses de vida. Decide ocultarlo a su familia y comienza a diseñar cómo será la vida cuando ella falte (de ahí el título).

A partir de este momento, Ann comienza a ser más consciente de sí misma, de lo que realmente desea hacer antes de que llegue la muerte. La película es emotiva, pero no trágica, ya que el espectador sabe cosas que el resto de personajes ignoran y a partir de esta complicidad se construye una trama que atrapa conforme avanza. La protagonista hace una lista de tareas pendientes y una de ellas es tener un amante, ya que solo ha estado con su marido. Es así como conoce a Lee (Mark Ruffalo) que también descubrirá con esa relación cosas que no esperaba.

El eje de la película desde el punto de vista ético es la responsabilidad. ¿Es un acto de amor o de egoísmo la decisión de Ann? Como espectador, mi primer impulso es etiquetarla (parece hasta cruel) pero la película no es sensiblera. Al contrario, destila una honestidad honda, como muestra este pensamiento de Ann: «Rezas para que esta sea tu vida sin ti. Rezas para que las niñas quieran a esta mujer que se llama como tú y para que tu marido acabe por quererla. Para que vivan en la casa de al lado y las niñas usen el remolque para jugar a las muñecas y apenas recuerden a su madre que dormía de día y las llevaba de viaje en canoa. Rezas para que tengan momentos de felicidad tan intensos que cualquier pena parezca pequeña a su lado». Siendo consciente del final, toma decisiones para garantizar el bienestar
de familia a futuro, en una especie de sacrificio deseado. Paradójicamente, es la enfermedad la que la impulsa a hacerse cargo de su propia vida y de su identidad individual.

Amigos y amigas, todo ello me hace reflexionar sobre la importancia de dar autonomía al paciente y de facilitarle herramientas para que obre según su conciencia y no en función de los profesionales o del entorno. Porque además de enfermos son personas y, mientras la enfermedad lo permita, deben conservar capacidad de decisión en torno a cómo quieren afrontar el final de la vida. No es poco para algo más de 100 minutos de película, ¿no creéis?

Tráiler aquí: https://www.youtube.com/watch?v=MnRuXmT5m5I

Julio Piedra (Alumno XII Edición Diploma Bioética)

“Muerte, no dudes”

“Se detuvo el tiempo

y la gente dejó de morir.

Fue sólo un momento

Y el mundo se creyó feliz

Superado el primer instante,

y ganada la batalla

volvía de modo incesante

el miedo a una vida no acabada

La enfermedad eterna,

El cuerpo viejo y desnudo,

Llanto, lástima, pena

flores marchitas de un baile absurdo

Hojas secas que vuelan

para cruzar la frontera,

en un naufrago barco navegan

corsarias de su condena

Templan la cuerda de un chelo

que con sus notas enamora

a una muerte hecha mujer

que en la tierra consume sus horas”

Hola “readers”,

Que momento mejor que una tarde de fin de semana para invitar a la reflexión. Hoy os introducía en este “post” a través de unos versos, de cosecha propia, que tratan de resumir, de un modo poético y cautivador, el argumento de “Las intermitencias de la muerte”. José Saramago. 2005.

En él su autor, Premio Nobel de Literatura en 1998, nos plantea qué sucedería si la muerte dejará de hacer su trabajo.

El libro comienza con una primera parte en un país, en una ciudad sin nombre en una noche de año nuevo a partir de la cual, nadie muere: “al día siguiente, no murió nadie…” afirma el escritor.

La sociedad es víctima de una epidemia de “inmortalidad” donde el sistema sanitario se colapsa ante un número creciente de personas enfermas, incapacitadas y agonizantes que no pueden morir perpetuando su situación de dolor y sufrimiento generando caos, confusión y múltiples conflictos. Como siempre controvertido en sus novelas Saramago hace tambalear los fundamentos de fe dado que al no existir la muerte tampoco existe la resurrección, piedra angular de la Iglesia católica.

En una segunda parte de la novela, la muerte aparece humanizada, transformada en mujer y está entabla un diálogo con el lector donde le cuenta sus pensamientos, sus inquietudes, sus miedos, el porqué dejó de realizar su trabajo y plantea soluciones cómo enviar cartas con una semana de antelación a sus víctimas donde les advierte que su final está cerca para que les de tiempo a prepararse para su final.

Sin embargo, esta situación, lejos de generar paz y sosiego, crea un caos entre la gente que sufren al tener que enfrentarse a un destino inevitable.

La muerte como mujer y ser mortal se muestra con las mismas debilidades, hasta el punto que ésta se enamora de una de sus víctimas, un chelista que no muere, y nos deleita con la relación de amor que surge entre ambos.

En esta ocasión el portugués Saramago, no invita a la reflexión, más que a la narración, poniendo el acento sobre el sentido de la muerte y cómo debemos entender que ésta forma parte de nuestro ciclo vital y por lo tanto debemos prepararnos para abrazarnos a ella.

Mientras concluyo estás líneas suena un tema de Antonio Orozco, “Entre sobras y sobras me faltas”, donde introduce cada verso con una repetitiva frase: “Nos faltó…”. Por eso y para que nada “nos falte”, desnudemos tabúes y desde este rincón os animo a conversar con vuestros seres queridos sobre estos temas que tanto respeto y angustia nos generan, para cuando nos llegue el momento podamos recibir a la muerte con calma, en paz y sin miedos.

Juan J. Cordero.

Alumno del XII Edición del Diploma de Bioética de la EASP.

Una peli (la decisión) y un blues (Walk a mile in my shoes) sobre el final de la vida

La despedida (2019) - Filmaffinity

Muy buenas amigos y amigas. Hoy, como era domingo y tenía un rato libre, me propuse ver una película que me habían recomendado hace un tiempo sobre las decisiones al final de la vida. Y me puse a verla.

La película, que tras verla, también os recomiendo, se llama “La decisión”, en español, por supuesto. Susan Sharandon y Ed Harris son los protagonistas. La trama nos habla sobre la decisión que toma una persona sobre cómo quiere que sean sus últimos días de vida cuando esta vida, le trae una situación que la obliga a vivir de una determinada forma, o tomar una decisión para la que nadie de su familia estaba preparada. Incluso, ni ella misma.

Durante la película, me voy dando cuenta de lo fácil que es para los humanos, entre los que me encuentro, claro, juzgar las decisiones de los demás cuando no estamos en su misma situación. Yo estaba en mi cómodo sillón de orejas, rodeado de los míos y sin otra preocupación que aprender algo de esta película, que pudiese ayudarme a entender mejor a algunas de las personas con las que trabajo.

Pero mi cabeza, mi cultura, mis pensamientos, le daban vueltas en mas ocasiones de las que me gusta reconocer, a si esta mujer, este hombre, o sus hijas, lo estaban haciendo bien o mal, si yo lo haría de otra forma. Claro, todo esto desde la comodidad de mi sillón.

Terminé la película y seguía en estas vicisitudes, cuando vino a rescatarme un blues titulado “walk a mile on my shues”. Precisamente nos habla de esta facilidad que tenemos para juzgar a los demás, sin haber andado en sus zapatos, es decir, sin estar en su misma situación con su misma cabeza, con sus conocimientos y valores. En resumidas cuentas, el blues nos dice:

– Quizá no seas tan duro juzgando a ese hombre cuando camines una milla en sus zapatos.

– Algunos incluso quieren ayudarte, todos quieren opinar, pero el único que vive en mi vida soy yo.

– Tengo mis valores, mi religiosidad, soy un tipo simple, pero si realmente quieres ayudarme, camina una milla en mis zapatos.

– Creen que tienen respuestas, incluso si no pregunto, todos saben hacia donde va el camino, pero no sienten mi dolor.

– Si caminas al menos una milla en mis zapatos puede que me entiendas, puede que no me juzgues, puede que me puedas ayudar…

Anda amigas y amigos. Ahí queda eso. El cine y la música, a veces sólo son para entretener, para divertir. Pero otras, como pasa con estos dos ejemplos, nos dan lecciones de vida, si queremos oírlas. Y nos harán mejores profesionales y personas si además de oírlas las ponemos en práctica en nuestra vida.

Yo por mi parte, me pongo con ello. ¿Te apuntas?

Rafael Muñoz Dueñas. (Alumno XII Edición Diploma Bioética )