The times are changing

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Una reflexión sobre la muerte. Una reflexión sobre la vida. Una reflexión sobre los que viven y no desean hacerlo. Una reflexión sobre los que mueren y se niegan a ello.

¿La “gente” sabe lo que es la eutanasia? ¿Los médicos entienden a qué hace referencia la muy concreta definición de eutanasia? Mi opinión es: No. A ambas preguntas. Aunque como casi siempre, casi nunca estoy seguro. Si acaso estuviese en lo cierto, estaríamos dando un valor mayúsculo a lo excepcional. Podríamos estar cayendo en la aplicación más viciosa de la filosofía: la retórica en el vacío.

Por avatares de la vida escribo esta reflexión desde Países Bajos. Lo cierto es que creía tener una opinión formada y además “bien formada”… lo cierto es que ahora solo puedo reconocer dudas.

A raíz de los textos que hemos leído he hablado, deliberado, discutido y confrontado con mi pareja. He conversado con mi padre, con un amigo camarero, con un reprografista curioso, con un botánico, con un genio loco y con un cuerdo extravagante. Tuve la oportunidad de preguntar a un viejo profesor holandés y una anciana holandesa. Interrogué a algún viejo médico de familia y alguno no tan viejo. Hablé con internistas desamparados y lo cierto es que… ‘The times they are a changing’.

Para enfrentarme a la eutanasia como concepto quiero querer aplicarle el sencillo rasero de la dicotomización y plantear…¿es buena o mala? Pero es difícil obtener respuesta.

No cabe duda de que todos hemos conocido (aunque sea por los medios de comunicación) casos que han supuesto verdaderas conmociones sociales. Traumas contundentes. ¿Y quién en su sano juicio, tras buscar en el oscuro rincón de su moral, podría considerar “malo” a aquel que haya cooperado con el fin del sufrimiento de estos pobres desgraciados? ¿Quién viendo ‘Johny cogió su fusil’ o imaginando a una víctima del síndrome de enclaustramiento podría negar que la sociedad deba ayudar activamente a morir a estas almas en pena? ¿Qué círculo infernal podría Dante reservarles peor que su propia viva?

Y hasta ahí puedo implicarme. Es la única sección del discurso eutanásico que hago mío con calma. Más allá, tribulación.

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Se invoca que la opción del suicidio, en una sociedad democrática y libre, debería quedar en el mundo de las propias decisiones. Es un argumento seductor. No obstante se me hace inquietante a medida que lo paso y repaso…bonito mundo aquel en el cual decisiones de este calado queden al albur de un individuo en su soledad e independencia. Una sociedad en la cual los individuos consideren normalizado que un vecino pueda suicidarse, no puede sino parecerme distópica.

Lo cierto es que los países con eutanasia despenalizada se caracterizan por un individualismo extremo engalanado de liberalismo. Opción terrible vivir en donde se te invite a vivir y morir en las fronteras de la soledad.

No puedo, ni quiero, ni quiero creer que debo respetar esto como parte de las opciones que un individuo pueda tomar. Y además poner a un médico a ejecutar dicho deseo. Creo que el verbo ‘ejecutar’ es el oportuno, aunque nos parezca cruel.

Y subo la apuesta. Tenemos dificultad en aceptar que toda nuestra herencia cultural pueda no ser “tradición católica”. Y aún en el caso de que lo sea, que sea mala de manera inequívoca. Quizá en nuestro interés en “matar al padre” lo mismo hasta matamos al tío.

Es probable que todo lo que entronque con “cultura latina” sea rancio catolicismo…pero quizá en Holanda se huela el tufo a individualismo protestante.

Pero es que los dioses no tienen nada que ver en nuestra reflexión, fuera pues.

No nos ayuda para establecer un debate sereno el que la polarización del discurso social, en manos de los medios de comunicación, obligue a situarse a la izquierda o derecha según la consideración que hagamos. Hablamos de un tema trasversal a posiciones ideológicas. Se hace constantemente, pero manifestaciones como la del colegio de médicos de Sevilla y su impregnación de religiosidad no hacen sino confundir al espectador.

En otro orden de cosas, se niega que exista una “pendiente resbaladiza” pues el número de muertes por eutanasia se mantendría en torno al 3%… tres por ciento. No es que pueda existir una pendiente resbaladiza, es que existe un precipicio y vamos de cabeza.

Se plantea si los médicos saben a lo que nos enfrentamos. Pues creo que no. No sabemos apenas lo que son los cuidados paliativos y aún menos la AET. ¿Qué dificultades vamos a encontrar? Pues tantas como las que han encontrado otros “derechos” que se implementan sin medios y con una planificación precaria. Y es que… ¿qué pasará cuando en un servicio como el de medicina interna la mayoría de sus integrantes se declaren objetores de conciencia? ¿Traeremos médicos de otro hospital? ¿Y si un médico de familia en un consultorio rural es objetor? ¿Acabaremos teniendo clínicas eutanásicas semejantes a lo que vivimos con las clínicas abortivas y la situación de los obstetras? ¿Objetando al 50% de la jornada laboral? [Sí, muy poco coherente, y probablemente en los límites de la ley, pero ocurre.]

¿Y qué pasará cuando los familiares estén en contra de la determinación del enfermo? ¿En qué posición quedará el humilde médico de familia? ¿Qué pasará cuando los pacientes vivan en la pobreza extrema o solos o desamparados o asfixiados por la vida? (En Holanda tienen un 3.5% de paro. ¿Y en Andalucía?) ¿Será entonces legítimo que alguien pida la muerte? ¿Y quién soy yo para decidir la muerte de un paciente?

“No es asunto suyo” podría decir un interlocutor avispado. “La autonomía del paciente…”. No sabría ni cómo empezar a responder… ¿Y si no todos los casos son claros y diáfanos como el de Ramón Sampedro? Esta futura responsabilidad me quita el sueño. Terrible, terrible todo.

Observo argumentos confusos entre los textos que trabajamos sobre la cercanía entre la autonomía para rechazar un tratamiento y el solicitar un suicidio medicamente asistido. La diferencia no me puede parecer mayor. Derribar los pilares que guardan la sedación en la agonía para justificar que la autonomía pueda ser la misma o parecida o comparable.

¿Que si la sociedad está madura? ¿Saben lo que me dijo una persona (un lego) cuando le pregunté cómo definiría la eutanasia? “Verá, creo que llegada una enfermedad sin solución, con grandes padecimientos… pues no querría sufrir o prolongar mi vida innecesariamente.” Si esa no es la definición de los cuidados paliativos venga don Inmanuel Kant y lo vea.

Al final, escribo todo esto desde una postura a favor de la legalización prudente o la despenalización moderada. Posturas ambas tremendamente conservadoras para lo que se plantea en el proyecto de ley.

Digo no a la ley. Digo sí a la despenalización de ciertos supuestos.images

Y buen momento este para recordar las palabras de Pepe Isbert en ‘El verdugo’ de Berlanga y su reflexión sobre la humanidad que se requiere para ser verdugo, un buen verdugo. “-Yo creo que la gente debe morir en su cama, ¿no? -Naturalmente, pero si existe la pena, alguien tiene que aplicarla.”

(Reflexión sobre eutanasia, alumno Diploma Bioética)