Los perdidos y los desesperados

Los perdidos y los desesperados (1)

‘El sabor de las cerezas’ (1997) Abbas Kiarostami. Irán.

Me gustaría presentaros, queridos amigos, esta películaextraña y poco conocida. No es una película fácil. Y podríamos tacharla de aburrida. La película trata ¡y de qué manera! el suicidio. Antes de que la muerte impuesta borrase cualquier preocupación previa, reflexionábamos sobre él. ¿Recordáis? Su legislación, su aplicación activa y medicalizada. Dice aquel Camus, muerto prematuro, que es un problema a tener en cuenta por los filósofos (bueno él es un poco más grandilocuente)…habrá que escucharlo, ¿no? En fin. De obligado visionado para cualquiera que quiera pensar un rato en esa trágica solución.

Siempre ha orbitado en las sensibilidades de los hombres grandes y pequeños ese enfrentamiento con la muerte y la obligada sublevación de los hombres ante su sino despiadado. Pero seguimos sin respuesta. Quizá está muy trillada aquella idea sobre el hombre como único animal que muere, y ya que es el único que reconoce su finitud… debe afrontarla con todas las armas a su alcance. Pocas. Siempre pocas.

No me resisto a compartir con vosotros aquel magnífico párrafo que conservo como oro puro de Dostoiesvki en‘Los demonios’:

“(…) Durante tres años he estado buscando mi atributo divino y lo he hallado; ¡mi atributo divino es: Mi real voluntad! Esto es cuanto soy capaz de hacer para mostrar mi insumisión en el más alto nivel y mi nueva y terrible libertad. Porque es singularmente terrible. Me mato para probar mi insumisión y mi nueva y terrible libertad.” Kirillov

Cuando buscando ese orden en el caos; ese sentido que debe (porque debe tenerlo, ¿no?) tener la existencia…; pienso en esa dualidad tan nuestra, aquel toque luciferino rebelde… es en esa negación perpetua de nuestro sino donde reconoceré la oposición al orden aparentemente reglado del universo. Y es cojonudo que sea así. Utilice cada uno la religión, la filosofía o el estoicismo [no filosófico] para llegar al destino postrero que nos espera.

Es interesante observar a aquellos gigantes que nos precedieron y como en su sufrimiento alumbraron algo el camino.

El suicidio como expresión de libertad, ¿nos suena? Bueno, aunque Kirillov esté en lo cierto…siempre será una victoria pírrica. Pero divago. Disculpadme.

Yo no tengo gran cosa que decir habiendo sido dicho tanto y tan bueno.

Pero ¡es que hay más! Recordemos a Shakespeare y su “Ser o no ser…esa [esa y no otra, sí.] es la cuestión. (Etc)”. Sí. Ya sabía él que ESA y no otra era la cuestión. ¿Afrontar las flechas y pedradas pérfida fortuna? ¿O ponerle fin en el encuentro?

Los perdidos y los desesperados (19)

Sir Laurence Olivier como Hamlet en 1948. 

Lawrence Olivier y la cabecita de su bufón. El bufón en la muerte. Si es el miedo es el atributo cardinal de la muerte, solo puede ser la risa la enemiga más furibunda de la negra parca. Ahí podemos ver esa rebeldía de nuevo…

Pero hablábamos de cerezas. Las cerezas y su sabor. Planteo una película difícil de ritmo agónico. Carece de aquellos atributos genuinamente fílmicos como el entretenimiento más puro. Pero ¡ay!¡Qué reflexión!

Nuestro protagonista errante, penitente, suicida genuino, vaga perdido. Y encuentra. Habla sobre su determinación con un pobre soldado que huye despavorido ante la proposición del protagonista. Solo pide que lo entierren cuando acabe consigo entre los lirios del campo.

Encontrará un estudiante de religión que le ofrecerá caridad. Aquella sin límites del que no tiene nada… y aún lo entrega. Pero será finalmente hablando con el anciano, el hombre sabio, el que nos desvelará el sentido de la vida. Magnífico.

Y es que su discurso reza así: …bueno. Para saberlo ¿habrá que verla? ¿No? “(…) ¿De verdad quiere renunciar al sabor de las cerezas?”

Cierro con aquellas palabras de Chesterton…eran algo así como… “¿Suicidio? No podemos hacerle eso a todas esas flores que florecen…”

Javier Salinas, alumno X Edición Diploma Bioética

¿Morimos solos? La muerte del Sr. Lazarescu

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La muerte del Sr. Lazarescu
Año 2005
Duración 153 min.
País Rumanía
Dirección Cristi Puiu
Guion Cristi Puiu, Razvan Radulescu
Música Andreea Paduraru
Fotografía Andrei Butica, Oleg Mutu
Reparto Ioan Fiscuteanu, Luminita Gheorghiu, Mimi Branescu, Dana Dogaru, Florin Zamfirescu, Mihai Bratila, Monica Dean, Bogdan Dumitrache

El señor Lazarescu tiene 62  años y vive con 3 gatos en un pequeño apartamento en Bucarest. Su mujer falleció hace 8 años y su única hija vive en otro país. Tiene una hermana, con la que habla a veces por teléfono. Es alcohólico y hace 14 años le operaron de una úlcera. Su piso esta desordenado y sucio, además no tiene comida en la nevera. Despues de estar varios días malo, con dolores y vómitos, decidió llamar a una ambulancia. Esa llamada es el inicio de un viaje.

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En estos tiempos del coronavirus, la imagen del señor Lazarescu recuerda a la de muchas personas mayores que viven solos y necesitan ayuda

El señor Lazarescu tiene que llamar varias veces a urgencias y ante la sospecha de que no llegarán nunca pide ayuda a sus vecinos, los cuales parecen preocuparse por él. Es un hombre complicado, al que todos recriminan su consumo de alcohol. Finalmente, llega la ambulancia y empieza un periplo por hasta cuatro hospitales, acompañado por la enfermera y por el conductor de la ambulancia. Tiene mala suerte, es sábado y todos los hospitales están saturados… un autobús ha tenido un accidente de tráfico y hay muchas víctimas.

Nuestra realidad aparece de nuevo… nuestro autobús es el coronavirus y es inevitable pensar en cómo está afectando a la atención sanitaria: centros de salud cierran temporalmente, se suspenden cirugías y consultas no oncológicas, etc…

Durante este viaje, el señor Lazarescu va deteriorándose de forma progresiva. No es un paciente dócil, es complicado y malhumorado. El viaje empieza a las 10:00 p.m. y finaliza más allá de las 03:00 a.m. A lo largo de estas horas, el personal sanitario lo trata de forma despectiva y autoritaria en la mayoría de las ocasiones, recriminándole una y otra vez su consumo de alcohol al cual atribuyen su estado. Solo la insistencia de la enfermera que lo acompaña, cuya única responsabilidad era trasladar al paciente, consigue que lo acaben derivando de un centro a otro y que le vayan realizando pruebas.

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Nuevamente nuestra realidad supera a la ficción y vemos el alto grado de implicación que están teniendo los profesionales sanitarios a pesar de las condiciones laborales actuales

Durante este viaje, al señor Lazarescu nadie le explica nada y su diagnóstico va paulatinamente modificándose y agravándose, precisando finalmente que lo intervengan siendo su pronóstico desfavorable. Lo van derivando de un centro a otro, argumentando falta de disponibilidad de camas y de recursos sanitarios debido al accidente de tráfico que ha ocurrido. Se refleja muy bien como prima la burocracia en las relaciones que se establecen entre el paciente y los profesionales sanitarios, solo importa que rellene formularios, firme consentimientos y responda a preguntas que no entiende. Sólo la enfermera que lo traslada sabe que tiene una hija y que su hermana llegará mañana al hospital.

Es muy llamativa una escena, donde un médico le insiste para que firme un consentimiento informado, cuando claramente el paciente no esta capacitado en ese momento para tomar esa decisión. Ante la falta de colaboración del paciente, el médico llega a decir «Si opero sin su firma, podría ir a la cárcel» «Conducirlo por un tiempo hasta que esté en coma y luego traerlo de regreso”

En este vídeo (a partir minuto 9) se observa como el médico intenta conseguir el  Consentimiento informado)

La película es cruda y realista, es fácil pensar que estas situaciones pueden ocurrir con frecuencia y que la situación actual de emergencia favorece que se produzcan. Invita a reflexionar, a pensar en cómo influye la saturación de los servicios sanitarios en la atención a los pacientes, a plantear cómo poder ayudar a los más vulnerables, a pararnos y acompañar a quién lo necesite…

Quizás la reflexión más relevante, sea el papel que tenemos todos para que la atención sanitaria siga siendo “óptima” a pesar de las circunstancias actuales, y como las decisiones individuales pueden marcar la diferencia, resultando especialmente importante facilitar que haya un acompañamiento al final de la vida, siempre que sea posible.

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Finalmente, en el cuarto hospital al señor Lazarescu pueden operarlo. Lo llevan a una habitación, lo desnudan y lo preparan para la intervención….Esta sólo, nadie ha avisado a su familia, nadie le ha podido explicar nada, nadie en ese hospital, sabe que el paciente vive con 3 gatos.

Jorge Banda Moruno, alumno Diploma Bioética X Edición

 

 

¿Quién vive, quién muere?

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Sucedió  lo inevitable, el peligro no se respiraba en las calles, ni en los trabajos, escuelas, hogares, hospitales…..; pensábamos que aquello pertenecía a otro continente; sin  embargo, ha sido más veloz que un rayo de luz, y en un instante nuestras vidas han cambiado, nuestra rutina, el mundo se paraliza para hacer frente a algo que se nos escapa de las manos… y, parece que ya nadie vive la vida como lo hacía ayer, que ahora un balcón es como la más grande de las avenidas, como la terraza de un bar, como esa orilla de arena fina que dependiendo del momento en el que la pisemos nos resulta inmensa o demasiado estrecha.

Un simple virus al que no debíamos temer porque nosotros éramos quienes controlábamos el mundo. Y hoy, escondemos la verdad que callan nuestros labios tras una mascarilla que se agarra sin fuerza a nuestras orejas; nos aferramos a ella porque los técnicos nos cuentan que solo así estaremos a salvo, que ella es nuestra nueva alidada, nuestra salvadora, nuestro escudo; que sin protección ya no somos nada.

La pandemia del coronavirus ha abierto el debate sobre cómo distribuir recursos sanitarios en condiciones de escasez extrema.

Ya está aquí, el aumento de los casos ha puesto “en jaque” a la salud pública de países como Italia o el nuestro. En este contexto, se optó por tomar drásticas decisiones: garantizar tratamientos intensivos a pacientes con mayores posibilidades de éxito terapéutico Esta decisión ya se ha tomado otras veces en la historia. Cuando se dan situaciones, como la actual del COVID 19, donde las necesidades superan a los recursos disponibles para su atención, los profesionales sanitarios, muy a su pesar, deben enfrentarse a las llamadas “elecciones trágicas”, definidas como cualquier tipo de decisión que provoca un perjuicio inmerecido o irreparable a una persona. Sin duda, la decisión de priorizar ingresos en la UCI puede clasificarse como decisión trágica. Nos avalan en esta toma de decisiones, comités de ética de las sociedades científicas como la SEMICYUC

2Este escenario es similar al ámbito de la “medicina en situaciones de catástrofe”, que precisa de una reflexión ética concreta basada en criterios de excepcionalidad. La aplicación del principio de proporcionalidad de cuidados en un contexto de “escasez o carencia grave de recursos sanitarios”, en relación con el balance riesgo/beneficio, señala que los recursos deben dirigirse a garantizar el tratamiento intensivo a aquellos pacientes con mayor probabilidad de éxito terapéutico: se trata, por tanto, de priorizar la “mayor esperanza de vida”, es decir, la maximización de la combinación entre la cantidad de años de vida que un paciente puede ganar con la aplicación del tratamiento intensivo y la calidad de vida posterior a este tratamiento. Esto conlleva no seguir necesariamente un criterio de ingreso en UCI del tipo “first come, first served”. Así, siguiendo criterios clínicos de gravedad y pronóstico se deberán dirigir los mayores esfuerzos.

3En 1962, en Seattle, Estados Unidos, el doctor Belding Scribner, logró poner en marcha el tratamiento de hemodiálisis que permitiría atender a los pacientes con insuficiencia renal crónica. Como era de esperar, las máquinas fueron insuficientes para la cantidad de pacientes que necesitaban ser dializados. ¿Cómo decidir entonces la prioridad de atención? ¿Qué pacientes “merecen” recibir el tratamiento?

Para tomar esta decisión se creó un comité con personas de diversas áreas que deberían decidir de forma conjunta, después de que los médicos hubiesen realizado el primer filtro clínico y hubiesen preseleccionado a los pacientes aptos para ser dializados. Este comité fue conocido como el “comité de Dios” (God Committee) ya que, hasta cierto punto, determinaba quién viviría y quién no. “They decide who lives and who dies” era el título de un artículo de la revista Life escrito por  la periodista Shana Alexander donde se relataba la historia de uno de los pacientes que pudo sobrevivir gracias al tratamiento y a la decisión del comité.

“Estos siete ciudadanos forman de hecho un comité de vida o muerte. Sin otra guía moral más que su propia conciencia, ellos deben decidir, en palabras de una antigua oración hebrea, ‘quién vivirá y quién morirá; quién morirá en su tiempo y quién antes de su tiempo; quién disfrutará de la tranquilidad y quién sufrirá’”, señalaba Alexander en su artículo.4

Así ha sucedido  en nuestro mundo  globalizado, es como si la “caja de pandora” se hubiese abierto de par en par y un enemigo de la humanidad, que no deja de ser “un trozo de ARN”, nos ataca indiscriminadamente, llevándose por delante vidas sin entender edad, raza ni condición social, a una velocidad de contagios exponencial; a la cual no pueden hacer frente los sistemas sanitarios de los países por la desproporción entre recursos materiales y número creciente de afectados.

Llega el caos, la incertidumbre, el miedo a lo desconocido, pero también la incredulidad de otros por ver la situación a gran distancia; pero la realidad es que el enemigo se ha hecho pandémico, está en nosotros, nuestros hogares y hospitales. Muchos, por suerte, sanan sin apenas síntomas, pero otros, mayores y jóvenes, con o sin patologías previas, llegan a los hospitales en avalanchas, quedando las urgencias desbordadas.

5Las UCIs reinventan espacios para dar cabida al mayor número de enfermos, pero existen los límites de los recursos, como los respiradores, ya que algunos de estos pacientes van a requerir ventilación mecánica invasiva prolongada en el tiempo. Los sanitarios trabajan a marchas forzadas, dando lo mejor de sí mismos. Una vez más llega  el dilema de “quién vive y quién muere”, son los médicos los que con poco tiempo han de decidir, en función de la posibilidad de sobrevivir, a quién se le da la oportunidad de poder salir adelante y a quién no. Es por ello, que ante una medicina de catástrofe, ante una crisis como la que estamos viviendo, hemos de aplicar una ética distributiva cuyos criterios en la justa distribución de los recursos es la maximización de la utilidad para la obtención del beneficio global. Ello obliga a la necesidad de “triar” a los pacientes, basada en privilegiar la mayor esperanza de vida; se busca el beneficio social y no el individual. Se desmontan, por tanto, los principios de la bioética como el de beneficencia, ya que se destina el mayor recurso al que lo necesita.

6Ante la situación que estamos viviendo ya en nuestro país, las prioridades de ingreso en la UCIs deja atrás a otros pacientes, que por sus patologías previas, comorbilidades e incluso edad avanzada, recibirán otros tratamientos alternativos de oxigenoterapia  y farmacológicos en planta  de hospitalización; a los que se les ha de explicar que por su situación basal, no se beneficiarán de terapia intensiva, y posiblemente muchos  morirán solos, sedados en una habitación, sin posibilidad, seguramente, de unos cuidados paliativos de calidad  de final de la vida precisamente por el desbordamiento del personal sanitario, sin una palabra de consuelo, sin una mano que poder apretar, o una caricia, y por supuesto, sin un ser querido al que abrazar. Entonces, me pregunto, ¿dónde está esa ética de final de una vida?, ¿qué vida tiene más valor, la de 50 años respecto a la de 70 u 80 años?, ¿quién garantiza que el joven sobreviva  a la infección y el mayor no?

Es cierto que la situación es de extrema emergencia, que los recursos son limitados, pero pienso que existe un vacío ético para estas situaciones de catástrofe; la salud constituye un derecho humano fundamental que se considera primordial para el progreso de las sociedades y para el fortalecimiento de la dignidad humana; sin embargo, este derecho queda relegado al principio de utilitarismo

Pero me planteo ¿es evitable este tipo de catástrofe mundial en un primer mundo con una sanidad que se presupone preparada? A marchas forzadas vemos como se construyen hospitales de campaña, se habilitan espacios destinados anteriormente a otros fines; con lo cual me surgen otras disquisiciones ¿Qué obligaciones y responsabilidades tienen los países en planificar estrategias preventivas para enfrentar una pandemia? La preparación sólida ante desastres requiere practicar una ética preventiva. Un colegio, un centro comercial, e incluso un hospital, realizan sus simulacros de catástrofe para estar preparados ante un posible acontecimiento de dicha índole. De esta reflexión se deduce, no solo la importancia en el tratamiento de estas enfermedades que constituyen pandemias, sino también su prevención, la promoción y protección de la salud a través de buenas prácticas sanitarias,políticas, sociales e individuales.

En el contexto de esta pandemia, debemos enfrentarnos a otras reflexiones y decisiones éticas que pueden tener consecuencias irreparables, entre ellas, los daños colaterales de esta crisis cuando muchas personas enfermas de otras patologías, o potencialmente enfermas (neoplasias no diagnosticadas…) no hayan podido ser tratadas o diagnosticadas por la “parálisis parcial” del sistema sanitario.

Todas estas lamentables situaciones tienen en común miradas desde la Bioética, la necesidad urgente de priorizar principios. Lo primero que pensamos es que estas situaciones nos desafían, obligándonos claramente a mirar el bien común sobre el bien individual. Por ello, la mirada de bien común resulta aún más complicada en la práctica para el personal sanitario, acostumbrados a buscar el beneficio individual del enfermo, lo que frecuentemente denominamos “el mejor interés” del enfermo. Es el conflicto de principios de Justicia y de Beneficencia, los cuales han sido definidos como deberes perfectos de la ética de Mínimos e imperfectos de la ética de Máximos, respectivamente.

En la gestión de la crisis del Covid-19, la “salud pública” muestra una aparente colisión entre el interés individual y el colectivo; sin embargo, si analizamos la situación colocando en un lado de la balanza el interés personal y, en el otro, las acciones de salud colectivas, es posible valorar la necesidad de políticas de salud pública que permitan conciliar los intereses de ambos sobre la base de los valores de responsabilidad y solidaridad.

 Mª Ángeles Ruiz-Cabello Jiménez

Alumna del X Diploma de Bioética de la EASP

Mi vida sin mi

 

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Dirección: Isabel Coixet.
Reparto: Sarah Polley, Amanda Plummer, Leonor Watling, Scott Speedman, Debbie Harry, María de Medeiros, Mark Ruffalo, Alfred Molina.
Título en V.O: Mi vida sin mí.
Nacionalidad: España, Canadá.
Año: 2003.
Fecha de estreno: 07-03-2003.
Duración: 100 minutos.
Género: Drama.
Color o en B/N: Color.
Guión: Isabel Coixet.
Fotografía: Jean-Claude Larrieu.
Música: Alfonso Vilallonga

Ganadora en 2004 de 2 Premios Goya a Mejor Guion adaptado y Mejor canción original.

Vivimos deprisa, vivimos sin pensar. Sobre todo cuando aún no peinamos canas y parece que somos los dueños del mundo. Nuestra vida puede ser más o menos fácil, nuestro recorrido, nuestras circunstancias… pero nos levantamos, nos reímos, amamos, vamos a trabajar, nos enfadamos y vuelta a empezar.

Ann (Sarah Polley) fue madre adolescente de dos niñas de 4 y 6 años, es limpiadora nocturna, con una pareja con trabajos temporales, criada por una madre triste, enfadada con el mundo, sin sueños, con la ausencia de su padre, que cumple condena en la cárcel, y viviendo en una caravana en el jardín trasero de su madre. Sin embargo, Ann representa la fuerza, la vitalidad y el positivismo en estado puro y el amor a la vida.

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No se puede vivir sin sueños. Esta es la primera gran conclusión que saca Ann tras saber que tiene un cáncer incurable y le quedan dos o quizás tres meses de vida. Y se para, en un frío pasillo de hospital, con un médico que representa la dificultad que encontramos a veces los sanitarios para comunicar malas noticias. Cuando se nos plantea esa situación intentamos con frecuencia negociar con el paciente, convencerlo, mitigar de alguna forma su dolor.

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Es difícil decirle a alguien que va a morir, más si cabe cuando está en plena juventud, con toda una vida por delante. Pero más difícil es encajar algo así y Ann lo hace sin dramas, sin gritos y sin compañía.

 

Ann no es una persona autocompasiva, piensa siempre en los demás, en la felicidad de su marido, en la educación y bienestar de sus hijas, en sus padres. Por eso no comparte la terrible noticia con su familia en lo que supone un acto de generosidad hacia ellos, no quiere “perder” su valioso tiempo en el hospital. Toma la decisión de rechazar el tratamiento y VIVIR el tiempo que le quede.

Escribe en su diario la lista de las “cosas que hacer antes de morir”:

  1. Decir a mis hijas que las quiero varias veces al día.
  2. Buscar a Don una nueva esposa que le guste a las niñas.
  3. Grabar a mis hijas mensajes por su cumpleaños hasta que cumplan los 18.
  4. Ir todos juntos a Whalebay Beach y hacer un gran picnic.
  5. Fumar y beber todo lo que quiera.
  6. Decir lo que pienso.
  7. Hacer el amor con otros hombres para ver cómo es.
  8. Hacer que alguien se enamore de mí.
  9. Ir a ver a papá a la cárcel.
  10. Ponerme uñas postizas (y hacer algo con mi pelo).

Y, efectivamente, Isabel Coixet nos muestra en su largometraje como consigue cumplir la mayoría de cosas se propuso en su lista. Conoce a un chico, Lee (Mark Ruffalo) que es cariñoso, atento, la respeta a ella y a sus silencios. Hace amistad con su nueva vecina, llamada también Ann (Leonor Watling), a la que sus hijas adoran desde el primer momento, y se la presenta a su marido Don (Scott Speedman) con la intención de que, llegado el momento, la sustituya como esposa y madre.

Quizás una de las mayores cargas dramáticas se presenta cuando usa una grabadora para dejar mensajes a sus hijas de felicitación para cada cumpleaños hasta que lleguen a los 18. Emotivos, divertidos, adaptados al momento… A solas, dentro de su coche, en un descampado. Ella y sus buenos deseos.

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La enfermedad mina su cuerpo pero dispara su cabeza, sus emociones, sus decisiones… Porque la vida debe seguir, “la vida sin ella”.

El film termina con la voz en off de Ann con una reflexión que resumen la película:

“Rezas para que esta sea tu vida sin ti.

Rezas para que las niñas quieran a esta mujer que se llama como tú y para que tu marido acabe por quererla.

Rezas para que vivan en la casa de al lado y las niñas usen el remolque para jugar a las muñecas y a penas recuerden a su madre, que dormía de día y las llevaba de viaje en canoa.

Rezas para que tengan momentos de felicidad tan intensos que cualquier pena parezca pequeña a su lado.

Rezas a no sabes qué ni a quién pero rezas y no sientes nostalgia por la vida que no tendrás porque para entonces habrás muerto y, los muertos no sienten nada, ni siquiera nostalgia.”

 

Álvaro Alonso Flores, Alumno X Edición Diploma Bioética

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cómo se muere en las epidemias o pandemias?

Hace un siglo aproximadamente (1918) la canción del olvido se convirtió en un hit, a día de hoy olvidado. Su éxito se debió a que se propagó con mucha rapidez igual que la gripe española.

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Aunque, en un principio se bromeaba como que era una gripe común sin más importancia (¿primera fase de negación?).

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En la actual pandemia, un poema fechado en 1800 durante una epidemia de peste, también se ha hecho viral a través de las redes sociales primero en inglés y después italiano y castellano. Aunque se trata de un poema publicado el 16 de marzo de 2020 por Catherine M. O’Meara. Esta aficionada de la literatura de EEUU, maestra retirada que ofrecía atención espiritual en hospitales y hospicios, comparte reflexiones en su blog “The Daily Round”. Por lo que, el 13 decidió escribir “IN THE TIME OF PANDEMIC” tras llevar 3 semanas de cuarentena. Donde reflexiona sobre la preocupación existente en su entorno sobre la pandemia y sobre el retroceso de la contaminación.

“Y la gente se quedó en casa.

Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía.

Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Algunos bailaban. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente.

Y la gente sanó.

Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar

Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron nuevas imágenes, crearon nuevas formas de vivir y curaron la tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados».

El pensar que tiene dos siglos puede haber contribuido a su difusión por vernos reflejados. Sin embargo, su propagación por distintos países como el coronavirus no deja de ser un fenómeno.

Al fin y a cabo se podría decir que la poesía trata de motivar, dar esperanza, dar consuelo… como siempre ha hecho.

Personalmente creo que, la cultura se puede apreciar en el arte y puede ser una manera de comprender la muerte.

Y estoy convencida de que hay miedo y dolor.

Pero ¿cómo se muere durante una epidemia o pandemia?

En diferentes géneros he podido apreciar la palabra “sombra” para referirse a la muerte. Lo que me parece curioso, ya que mientras un niño huye de manera divertida de su sombra no es lo mismo cuando se hace mayor. Quizás que siga siendo un tema tabú contribuye a que no se hable con mayor claridad.

Sin embargo, me centraré en la compañía. Ya que uno de los cánones de muerte ideal es el morir rodeado de tus seres queridos.

“y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas”

“si muero queriéndote, ¡qué muerte tan buena!”

Creo que estos cánones no cambian. Por lo que, en estos casos de aislamiento o distanciamiento social por la rápida propagación de epidemias que convierten cada fallecimiento en un relato de terror social ¿no se debería hacer un esfuerzo por conocer cómo mueren estas personas y aunar esfuerzos que sirvan en la preparación para tomar decisiones prudentes entorno a la muerte?

¿Tenemos en cuenta si las personas y familiares quieren morir acompañadas o protegerse y morir solas?

¿Todo el mundo prioriza la protección de la vida?

¿En virtud de qué principio hablo asi? SI un esposo se muere, otro podría tener y un hijo de otro hombre se hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están ocultos en el Hades, no podría jamás hacer un hermano. Y así, según este principio, te he distingudio yo entre todos con mis hornras, que parecieron a Creonte una falta y un terrible atrevimiento, oh hermano

Antígona.

Porque alguien dijo, no hay mayor soledad que estar rodeado de gente y pensar en quien te falta.

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María Jesús Samaniego Ruiz. Alumna X Edición Diploma Bioética

Malos tiempos

«Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate
/ Quien entre aquí, abandone toda esperanza»
La Divina Comedia
Dante Alighieri

Malos tiempos nos ha tocado vivir, malos tiempos de dolor y desesperanza.

Desde que nos infundamos nuestra bata blanca, esa coraza que te protege, donde dejas el dolor y el sufrimiento cuando te vas a casa, porque tienes tu vida, tienes tu familia, tienes derecho a buscar la felicidad y no cargar con todo el dolor que ves a lo largo del día.

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Los derrochadores, ilustración de Gustave Doré.

Esa bata blanca que cuando te la enfundas por primera vez siendo estudiante de medicina y te pavoneas por los pasillos de tu hospital en prácticas, no eres consciente realmente que esa bata pesa y pesa mucho. Con los años hay ocasiones en las que quieres dejarla colgada en la percha y darte un tiempo, un respiro… pero que ineludiblemente vuelves a ella una y otra vez, porque esa bata ya no se queda en la percha, se ha quedado pegada a tu piel.

Malos tiempos nos ha tocado vivir, malos tiempos de dolor y desesperanza.

Yo era de esos sanitarios que veía China muy lejos, viví la gripe aviar, la gripe A, nos llegó poco y tarde, no falto la preparación, no faltaron medios ni material, no falto compañía a los enfermos… No era este germen que estaba en China, que estaba lejos, y hoy le ponemos cara, le ponemos nombre, le ponemos impotencia, le ponemos miradas perdidas y de desconsuelo del paciente que se despega de sus seres queridos y sabemos que estará solo, que tendrá su último aliento solo y como máximo sentirá el contacto de un guante de látex y quizá piense “acude ya, acude muerte”

Y entonces, dentro de tu bata blanca, miras la puerta de entrada a observación y piensas si hubiera podido decidir habría cruzado esa puerta, habría abandonado toda esperanza, habría elegido esta muerte fría y deshumanizada.

Libre de todo pecado, Dante puede ascender al Paraíso.

¿Podremos nosotros salir del purgatorio y llegar a nuestro Paraíso?

¿Podremos mirar a nuestros mayores a la cara y no tener remordimiento, y no recordar miradas fijas de desconsuelo y abandono?

Porque esa bata ya no te protege y piensas que algo ha cambiado y quizá ya no te vuelva a proteger como antes, porque algo se ha roto, “por un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida “

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
Y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
10 de enero de 1936, El rayo que no cesa Elegía por Ramón Sijé, Miguel Hernández

Gádor López Martín. Alumna X Edición Diploma Bioética. EASP GRANADA