10.000 days

A nivel moral, los prejuicios de una sociedad con valores cristianos a la hora de plantear la idea de una forma de “suicidio” aunque sea asistido hace que en un amplio grupo de nuestra sociedad se tome con recelo, así como también en asociaciones y fundaciones con marcado carácter católico. Al hilo de lo expuesto hay una canción del grupo TOOL

En este tema cuenta el sufrimiento de la madre del vocalista que sufrió un aneurisma cerebral que la mantuvo 27 años (10.000 days) paralizada. Judith era una mujer de fe católica inquebrantable y pertenecía a una comunidad católica muy ortodoxa, donde la idea del sufrimiento y dolor acerca a Dios, la sedación o cuidados paliativos no se contemplan y mucho menos la eutanasia.

La primera parte de la canción refleja la lucha de Judith y su fe constante, incluso en medio del sufrimiento:

Ya es tiempo, es mi tiempo
AHORA DAME MIS ALAS!!!

Las palabras son una súplica para que las puertas del cielo se abran para una mujer que entregó su fe durante décadas en una congregación cristiana. “He vuelto a casa Tráeme al espíritu Al hijo, y al padre Diles que su pilar de fe ha ascendido.

Miguel Ángel Cobo Fuentes, alumno XIV Edición Diploma Bioética

Million Dollar Baby

La película invita al debate sobre la eutanasia mostrando diferentes puntos de vista y argumentos a favor y en contra de esta práctica:
– El derecho a la autodeterminación y a la dignidad de las personas que sufren
– El papel de profesionales sanitarios, familiares y amigos que acompañan a estas personas
– El marco legal y social que regula la eutanasia en función de los diferentes países y culturas

Juan Antonio Vera Goñi, alumno XIV Edición Diploma Bioética

El ensañamiento terapéutico

cortometraje la Dama y la Muerte

Desde que vi el corto sobre el final de la vida «La dama y la muerte» no paro de darle vueltas al tema. ¿Por qué no dejamos morir tranquilamente a nuestros mayores?, ¿Por qué nos empecinamos en seguir tratándolos, poniéndoles más sueros, más antibióticos y más, y más…? ¿Es por nosotros mismos, los médicos que no queremos tener ninguna derrota, es por la familia? Me surgen tantas preguntas e
interrogantes. Porque cuando se trata de métodos muy invasivos, como la ventilación mecánica invasiva o la hemodiafiltración, se tiene todo más claro a la hora de no tratar a los pacientes muy añosos o los que tienen deterioro cognitivo avanzado, pero cuando se trata de medidas menos invasivas, sueros, catéteres, sondas vesicales, antibióticos, fármacos múltiples… Aquí entramos en un escenario mucho menos claro, pero que igualmente lleva a los pacientes mayores, terminales o al final de la vida, a una agonía llena de vicisitudes, de sufrimiento, de estancias sin sentido en el hospital, cuando probablemente ellos quisieran haberse marchado de este mundo mucho antes.

Cada vez más pienso que tenemos que humanizar la medicina, tenemos que hablar más con los enfermos, preguntarles directamente a ellos que quieren hacer con su vida, cierto es que a veces llegamos muy tarde, y el paciente ya no tiene capacidad de decidir sobre su final, por el deterioro cognitivo avanzado ya sea por una demencia, o por el estadio final de una enfermedad oncológica o degenerativa. Pero entonces tendríamos que preguntar mucho antes, hablar más abiertamente sobre el final de la vida con todos y cada uno de nuestros enfermos e implicar también a las familias en estas tomas de decisiones, de no continuar alargando la agonía de muchos enfermos que ya no tienen calidad de vida alguna y que lo mejor para ellos, puede ser, DEJARLOS EN PAZ.

La misma sensación tuve cuando vi la película de Emma Thompson «Amar la Vida»
AMAR LA VIDA -Película Completa En Español (MEDICINA)💊


Esta película me hizo plantearme muchas cuestiones éticas: ¿hasta dónde podemos llegar los médicos para alargar la vida de los enfermos unos meses o algún año más, pero sin calidad de vida alguna para el enfermo, soportando dolor o sufrimiento? ¿Cuál es el límite entre el deseo del médico de curar y vencer la enfermedad, a costa de un sufrimiento inaceptable por parte del paciente? ¿Tratamos con humanidad a nuestros pacientes, llamándolos por su nombre con toda su complejidad humana y no como un mero número más de un ensayo clínico o de una habitación en la planta de un hospital?
Estas y muchas más son las cuestiones que me plantea el tema del ensañamiento terapéutico al final de la vida de los enfermos. Creo que es un tema para debatir y tratar en las facultades de medicina y en las salas de trabajo de nuestros hospitales.

Monica Loring Caffarena. Alumna del XIV edición del Diploma de Bioética

Vivir bien el morir

Puestos a hacer un blog no quiero centrarme o basarme en una película o un libro en concreto. Los hay, muchos y con distintos y enriquecedores puntos de vista, pero prefiero relatar un caso cercano acerca del final de una vida.

La vida son etapas, vivencias, crecimiento…cuando somos jóvenes nos consideramos invencibles y la muerte no entra en nuestros planes, por lo que pensar en una planificación tan, en principio, a largo plazo lo vemos como algo innecesario, ya habrá tiempo, no? De hecho yo, mujer de mediana edad, hasta ahora y por los conocimientos que voy adquiriendo y el trabajo que estoy desarrollando, empiezo a considerar la idea de hacer mi «testamento vital», pero más por haberme imbuido en este mundo de bioética que porque yo un día me levantara y pensara que tenía que hacerlo. De hecho creo que uno de los grandes problemas de esta temática, de estas «charlas sobre cómo nos gustaría acabar nuestra vida» es la falta de conocimiento y ser aún un tema tabú. No obstante es cierto que a raíz de casos tan mediáticos como Ramón San Pedro, si bien tratan un tema tan complicado como el de la Eutanasia creo que ha ayudado a hablar de la muerte y a cómo queremos «vivir» y no «sobrevivir».

Hablamos siempre de la vida, organizar viajes, salir, comprarnos ropa, elegir donde vamos a vivir…. falta normalizar y humanizar ese camino al fin de la vida, vida que desarrollamos con ilusión y que podríamos también finalizar como más nos gustaría o, al menos, tratar de organizarlo. Organizamos bautizos, comuniones, bodas….por qué no «nuestro final de vida»?

Como comentaba al inicio, he vivido muy de cerca una planificación, hasta el más mínimo detalle, de un fin de vida. Era allá por el año 2019, junto antes de la Pandemia. Como los últimos veranos coincidía con mi amiga de la infancia de vacaciones. Nuestros hijos empezaban una historia de amistad que nos recordaba a la nuestra, éramos nosotros 30 años atrás, y era enternecedor, momentos mágicos que adquieren más valor ante situaciones trágicas. En septiembre de ese año le detectaba al marido de mi querida amiga un tumor. Lo primero que pensaban era cómo un tío deportista, joven, 40 años y aparentemente sano podía haber sido maldecido con esa lacra del cáncer. La mala pata, el destino, la mala suerte quiso que la metástasis apareciera pronto, sin solución, con tratamientos que resultaron fútiles y que acabarían con un proceso paliativo. Quizás lo peor fue la llegada de la Pandemia, hacía que en varias intervenciones y cuidados no pudiera estar con la mujer de su vida, mi amiga, por no mencionar a su único hijo, de sólo 11 años. Cómo es la vida!

Entre tratamiento e intervenciones me decía mi amiga cómo él, consciente de su situación, se dedicó a dejar todo preparado para «cuando no estuviera», se preocupaba más del bienestar y cómo iban a quedarse su mujer y su hijo, que de mantener esperanzas casi imposibles. Fue consciente y aceptó que llegaba el fin y quería disponer de sus últimos días de la manera más feliz. Falleció en casa, rodeado de los suyos, comiendo y bebiendo lo que le apetecía y de la mano de su mujer y su hijo, con un nivel de conciencia que no quería perder, sin sentir dolor pero con el amor de su vida, lo demás daba igual, estaba en su casa, con su familia y muriendo bien, y Feliz. Dispuso por supuesto su funeral y procuró convencer a su mujer de que tenía que seguir adelante como mujer joven y con un hijo que los uniría para siempre.

Mi amiga ha estado en terapia mucho tiempo, algo que no hay que descuidar y es también muy importante, el después, y este pasado verano, 2023, por fín me dijo una noche de chiringuito que era la primera vez que empezaba a disfrutar de la vida, por fin podía hablar sin lágrimas y vivir. Ella es una lección de vida, como tantos que superan duelos tan «injustos», él fue un ejemplo, es un ejemplo de un «vivir bien el morir».

El matrimonio pudo despedirse, hubo un último abrazo, un último te quiero, un último beso y un bonito recuerdo construido con dolor pero que permite coser heridas, que no curarlas y, con el tiempo ser consciente de que tuvieron un doloroso pero feliz fin de vida.

En conclusión, quizá humanizando el final de la vida, volviendo a hablar de la muerte socialmente se puede llegar a abordar el “bien morir” como algo importante y consustancial al propio ser humano. Lo digno no es la muerte, sino como vivirla. El proceso final tiene tanta o más importancia que el de cualquier otra etapa de nuestra vida.

Fdo. Maria Soledad Silvente San Nicasio
XIV Diploma de Especialización en Bioética

https://solsilvente.blogspot.com/2024/02/vivir-bien-el-morir-puestos-hacerun.html

Siempre fuerte. La historia de Pablo Raez

Fotografía de Pablo Ráez en una de sus sesiones de quimioterapia en el Hospital Carlos Haya de Málaga

La historia de Pablo Ráez, «Siempre fuerte«, fue producida por RTVE y Mundo Management, S.A. Dirección y reparto Miguel Ángel Hernández Arango, Vladimir Ráez. Se estrenó en cines el 12 de septiembre de 2019 y optó en el año 2020 a diez candidaturas en los Premios Goya. 

Es la vida de un joven que a la edad de 20 años le fue diagnosticado una leucemia mieloide aguda, a partir de entonces empieza una doble carrera contra el reloj. Primero, sensibilizar a la población para que se impliquen en la donación de médula a la misma vez que buscaba un donante compatible para él.

Por otro lado, no rendirse frente a la enfermedad, opinaba que había que mostrar una cara amable a la vida, en este sentido acuña su lema “siempre fuerte” y logra que se extienda por las redes sociales y que se todo tipo de personas se unan a su campaña.

El recorrido de la enfermedad, de algo más de un año, es recogido en el documental, desde las sesiones de quimioterapia hasta sus anhelos y éxitos deportivos, siempre desde una visión positiva y un ánimo que resulta inspirador para jóvenes y mayores.

Se puede concluir que la influencia de Pablo en tantas personas ha disparado el número de personas que se han convertido en donantes de médula ósea en España. Su sonrisa, su ánimo, su coraje ha resultado inspirador para otros muchos jóvenes que se han visto afectados por el cáncer y que han compartido en sus redes sociales sus anhelos y vivencias. Pablo fue generoso en el esfuerzo y ha servido para acompañar y animar a tantas personas que necesitan un referente para sobrellevar sus enfermedades.

Ayer, 25 de febrero de 2024, se cumplieron siete años que no está Pablo entre nosotros, aunque es cierto que en mi caso queda una marca indeleble del gesto sonriente posando para mostrarnos su bíceps. Este símbolo se ha convertido en un motivo de esperanza y lucha, así como ha impulsado de manera destacada la donación de médula a nivel de Andalucía, España y a nivel mundial.

Es importante mantener en la memoria los ejemplos de tantas personas como Pablo o como Elena Huelva que afrontaron el final de la vida con entereza y que nos han servido de ejemplo. No tuvieron reparo en compartir en las redes sociales los avatares de una enfermedad y nos iluminaron en como llevar un padecimiento con buen ánimo y con una sonrisa.

Jaime A. Gata Díaz, alumno XIV Edición Diploma Bioética

Extremis

En este documental de 24 minutos de duración, sobre los enfermos terminales y los pacientes de la UCI de un hospital, dónde médicos, pacientes y familiares se enfrentan a decisiones desgarradoras sobre la vida y la muerte, que podréis encontrar en la plataforma Netflix

Dirigida por el cineasta nominado al Emmy Óscar Dan Krauss en el que la Dra Jessica Zitter y su equipo a través de la unidades de Cuidados Intensivos de un hospital público en Oakland, California, proporcionan una mirada íntima a la intersección de la ciencia, la fe y la humanidad.

Aborda el manejo de la comunicación, en una planta hospitalaria, pacientes en situaciones clínicas muy complejas, donde hay que tomar decisiones difíciles, cómo enfrentar esas conversaciones con el paciente cuando es posible la comunicación con él, o cuando no es posible, cómo las familias deben afrontar esas decisiones, en la mayoría de los casos, decisiones vitales de final de vida

Y hay varios aspectos que me nacen tras ver este cortometraje

  • En algunos de los casos, las familias no habían hablado previamente de aspectos en relación con últimos días, el abordaje de toma de decisiones si ocurre algún incidente agudo que ponga en peligro la vida es muy difícil en momentos de gravedad vital. Qué importante sería que, a nivel cultural, pudiera ir cambiando esta situación, donde las personas nos planteáramos nuestro final de la vida, qué nos gustaría, cómo y con quien poder estar acompañados en estos momentos
  • Qué interesante sería tener elaborado el documento de VVA, en su defecto, una Planificación Anticipadas de Decisiones. Qué buena práctica seria tener el tiempo y la capacidad profesional para que utilizáramos los sanitarios más esta herramienta de comunicación
  • Y otro aspecto que me genera mucha inquietud, quien cuida al sanitario, durante el cortometraje, soy capaz de sentir la angustia de la doctora que media cada uno de los casos clínicos, la dificultad en la toma de decisiones, el acompañamiento a las familias, el respeto a las decisiones que ellas elaboran. Estaría encantada en poder preguntarle, qué hace ella cuando vuelve a casa, como metaboliza todas esas emociones, como combina su vida personal con la profesional sin que se vean afectadas ambas. El nivel de estrés emocional que viven los sanitarios diariamente es muy elevado, supone mucha intensidad emocional y física, que inevitablemente repercute en nuestro ambiente personal, y la relación con nuestros seres queridos.

Inmaculada Gallardo García- Alumna XIV Edición Diploma Bioética

«Lo siento» y «te quiero»

Recientemente he podido ver la película de “La escafandra y la mariposa”, del director Julian Schnabel. Dura, controvertida y reflexiva. Increíble como desde el minuto uno te posicionas en primera persona, te conviertes en Jean-Dominique Bauby, el protagonista de esta historia. Un cambio de vida radical, donde tras darse cuenta de la incapacidad para moverse teniendo toda la conciencia consigue expresarse a través de la única movilidad que conserva en los ojos. Me hubiera rendido insistentemente, habría pedido mi muerte constantemente, o no sé, quizá al ver a toda mi familia conmigo y poder aunque fuera ver crecer a los míos sería suficiente.

Pero, ¿qué hago aquí si no puedo hablar, si no puedo moverme, si dependo de alguien para todo, donde no puedo vivir con dignidad? ¿Me habría sentido confortada escribiendo un libro a base de parpadeos, siendo cautiva en mi propio cuerpo?

Qué duro es pensarlo, qué duro debe ser encontrarte en esta situación.

Me haría mil preguntas: ¿A quién he abrazado por última vez? ¿A quién le he dicho un lo siento? ¿Y un te quiero?

Esas fueron las últimas palabras que le dije al hombre más bueno que había conocido antes de que se fuera de mi vida. Fue el hombre más paciente y honesto que nadie hubiera conocido. Todos los que no lo conocieron habrían sido un poco más felices si lo hubieran tenido cerca, porque siempre estaba dispuesto a todo lo que se necesitase sin pedir algo a cambio. No fue perfecto, pero es que nadie lo es.

Porque si tu situación de dependencia es algo progresivo, algo de lo que estás siendo día a día consciente, ¿duele menos? ¿Y para la familia? Frustración e impotencia brindan contigo todos y cada uno de los días. Porque si dentro de ese empeoramiento progresivo está añadida la afasia, donde cada día te salen menos palabras y las que salen se confunden entre sí…

Un día dejas de contar historias, y te limitas a escuchar, porque te da vergüenza equivocarte.

Todo es un cuentagotas desesperante. Ya no te acuerdas de quien soy ni de cómo me llamo, o a lo mejor lo recuerdas pero no puedes decirlo. Ojalá poder quitarte esa escafandra que no te deja contarme como estaba esta mañana tu café con pan empapado como siempre te gusta. Te veo sufrir en silencio y no me canso de decirte que te quiero y de pedirte perdón por no poder ayudarte más.

“Lo siento”, del verbo sentir, proveniente del latín (sentīre) y definida como “Experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas”. Cuenta con 1.200.000 resultados de búsqueda en Bing y, como el principal de ellos, una canción de Beret, que la he escuchado cientos de veces.

Dice la canción de Beret: “si te hice daño no fue sin quererte sino sin querer”; y por eso le pedí perdón en su último aliento, porque no quería que existiese algo que hubiese hecho sin querer y que se marchase con dolor. Porque yo quería hacerlo abuelo como mis hermanas, porque era el abuelo más deseado y cariñoso por sus nietos, quería verlo sonreír más. Y se quedó en un deseo interrumpido. Nunca podré olvidar como me miraba cuando yo lloraba aquellos días, él no recordaba el porqué, ni recordaba que iba a ser abuelo, pero lloró conmigo y me abrazó.

“Te quiero”, del verbo querer, también proveniente del latín (quaerĕre) y definida como “Amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo”.  832.000 resultados, ¿se dice más “lo siento” que “te quiero”? De primer resultado un artículo de la revista Cosmopolitan: las 250 frases para decir te quiero más románticas. ¿Asociamos “te quiero” solo a nuestra pareja sentimental? ¿O es porque se acerca San Valentín y hay que demostrar lo que uno se calla todo el resto del año? ¿O es que uno se siente obligado a expresarlo o fingirlo? ¿Le decimos te quiero a los nuestros tantas veces como sentimos?

Yo  le decía te quiero y lo siento muchas veces, tantas que al principio hasta me decía pesada y refunfuñaba. Tantos abrazos que, cuando me veía venir, ya sabía lo que iba a recibir. Aunque ya no se acordase de mí, ni de mi nombre, sabía que yo era algo suyo, alguien que le pertenecía.

Pero tras unos días en el hospital, antes de comenzar la sedación paliativa, tuve una respuesta:

Buenas noches papi, te quiero mucho – le dije.

Yo también te quiero – respondió, y rompí a llorar. Esa fue la última vez que escuché su voz.

NATALIA ALONSO ORTEGA, alumna XIV Edición Diploma Bioética

Cuando no tienes bien resuelta tu relación con la muerte

No todas las personas tienen bien resuelta su relación con la muerte. Tampoco vivimos tiempos donde sea sencillo aceptar el inexorable final al que, tarde o temprano, tienen que enfrentarse todos los seres humanos. El mundo actual, y hablamos del primer mundo en este caso, apuesta por un modelo de vida basado en el estado del bienestar, el consumo y la satisfacción, a ser posible, de todas nuestras necesidades, básicas o superfluas. La muerte no tiene lugar aquí o, más bien, resulta incómoda. Termina así convirtiéndose en un tema tabú… algo a evitar siempre que se pueda. El problema es que, antes o después, la muerte termina asomando y recordándonos que, por muy entretenidos que tratemos de estar con otras cosas, en algún momento tendremos que abordarla y reflexionarla, ya sea acompañando a un ser querido o en nuestras propias carnes.

La cuestión es que, como decía al principio, no todas las personas tienen bien resuelta su relación con la muerte. Muchas, no obstante, y me atrevería a decir que, siendo afortunadas, han sido bendecidas con el don de la fe, encontrando en sus creencias religiosas las respuestas a las inquietudes que este asunto les pueda plantear, llegando a aceptar su destino mortal sin excesivas preocupaciones al saber que, tras la muerte, les espera “otra vida”, si cabe, mejor que ésta. Pero, ¿qué ocurre con todas aquéllas personas que nunca han experimentado esa fe o que, habiéndola experimentado, la han perdido en algún momento de sus vidas? Tienen dos opciones:

o bien pueden seguir con sus vidas sin darle demasiada importancia al asunto porque, total, al ser un tema sin solución, mejor aceptarlo como es y, llegado el momento, abordarlo de la mejor manera posible… o bien pueden tratar de construir un esquema de pensamiento que les ayude a entender el sentido de la vida y por tanto también el de su final, sabiendo que probablemente no encuentren respuestas concretas a todas su preguntas pero quizá sí la esperanza de comprender, aunque sea de una manera algo abstracta, inmaterial, ese sentido mismo y así, poder, de algún modo, trascender. Muchas personas necesitan recorrer ese camino, que está indudablemente lleno de baches emocionales y miedos.

Cuando se es joven y uno trata de aproximarse al concepto de la muerte, tanto la propia como la de los demás, porque así lo necesita, probablemente se encuentre carente de herramientas con las que abordarlo, por lo que es probable sentirse abrumado al verse ante un abismo tan oscuro, tan eterno y tan desconocido. Pero cuando los años pasan, la vida va poniendo ante ti experiencias, propias o ajenas y, si se está atento, pueden resultar ser muy constructivas. Muchas veces son conversaciones con personas especiales que calan en lo más profundo de tu identidad. Otras veces, son lecturas con las que no puedes hacer otra cosa que sentirte identificado. Y en otras ocasiones, películas que ponen imágenes a la idea de lo que uno llevaba años pensando que podría ser la realidad que nos rodea, o documentales cuyos protagonistas, personas como tú o como yo pero que ya ha comenzado su camino hacia la muerte, narran en primera persona sus reflexiones más íntimas.

Y es así como descubres joyas que unos seres humanos, llenos de inquietudes, han dejado a otros seres humanos, llenos de dudas.

Y entonces llega a tus manos libros como «La muerte, un amanecer» de Elisabeth Kübler-Ross, una psiquiatra conocida por su trabajo en el campo de los cuidados paliativos y la investigación sobre la experiencia de la muerte y el morir. Así, te permite explorar las experiencias cercanas a la muerte y te ofrece una perspectiva reconfortante sobre el proceso de morir. Kübler-Ross describe además las etapas emocionales que las personas enfrentan al acercarse a la muerte y comparte relatos de pacientes que han tenido experiencias cercanas a la muerte, abordando la espiritualidad, la trascendencia y la posibilidad de una existencia después de la muerte, brindando consuelo y esperanza a aquellos que enfrentan la inevitabilidad de la muerte, tratando así de cambiar la percepción cultural de la muerte fomentando una comprensión más compasiva y espiritual del proceso de morir.

O es entonces cuando ves por primera vez la película “Interstellar”, dirigida por Christopher Nolan, y te preguntas: ¿Cómo es posible que otro ser humano haya podido crear una fantasía de fotogramas que ilustran de forma ordenada, comprensible y razonable toda esa maraña de pensamientos que en mi cabeza, aunque con sentido, no lograban tener forma? Y entonces te sientes conectado a ese director, a ese compositor, a esos guionistas y a esos actores y actrices que, de algún modo, han compartido esas inquietudes contigo y han tratado de explicarlas creando una obra de arte llena de música e imágenes espectaculares que se te presenta como un libro sobre la verdad de la vida, donde la física, la relatividad del tiempo, la gravedad, el amor y las conexiones humanas forman un todo indivisible que arroja esperanza.

Y cuando de esperanza se trata, te topas con documentales como “Las alas de la vida”, dirigida por Antoni Canet y protagonizada por Carlos Cristos, un médico de familia rural que se enfrenta a una enfermedad neurodegenerativa y terminal y que comparte, en primera persona, sus reflexiones sobre el deterioro progresivo que sufre su cuerpo y la cercanía de su propia muerte. Y es entonces cuando comprendes que uno no está solo y que otras muchas personas, brillantes como en este caso, han compartido contigo exactamente las mismas inquietudes y que, desde un estado de enorme lucidez y sabiduría, quizá fruto de las emociones que despierta la cercanía de la muerte, son capaces de dejar un testamento vital de incalculable valor.

Y, como estos ejemplos, otras tantas perlas que, de forma fortuita o, quizá no tanto, van apareciendo en el camino de aquellas personas que optaron por tratar de entender en qué consiste esto de la vida y de la muerte.

Francisco Javier Castro Martínez, alumno XIV Edición Diploma Bioética

Historia de vida

Contigo porque me salvas…

En este pecho descansa una historia que solo se yo.

Una libertad con remiendos…

Ya lo ves no te suelto, que bonito es tenernos…

Mientas cure el amor, mientras nos cuidemos…

La ética al final de la vida es el principio de beneficencia y no maleficencia, fundamentarse en valores a la hora de tomar decisiones, humanizar los espacios y la relaciones con los pacientes y sus familias, acompañar en la experiencia del sufrimiento, cuidarse para cuidar y amar.

Sonia Martínez Castro, alumna XIV Edición Diploma Bioética

Vivir en paz, morir en paz

Editorial: SIRIO
Año de edición: 2020
Materia: Mente, cuerpo y espíritu
ISBN: 978-84-18000-72-0
Páginas: 184

CUANDO LA FE CREA ESPERANZA.
Me imagino que algún día pueda llegar a vivir una situación parecida, siempre queremos
agarrarnos a la vida y esperamos que tras el proceso de morir pueda existir otra vida que
mejore la que tenemos. No puedo valorar si esto existe o no, pero como enfermero si veo
que en los cuidados en pacientes que están en el camino del exitus, tienen la necesidad
de querer agarrarse a una esperanza de no perdida de la vida.

Cuando vemos o leemos videos o libros como el que se presenta, observamos que la
esperanza que se narra, es cercana a los cuidados de la persona que está en proceso de
dejar la vida, y así como de calma y paz a los familiares que viven dicho proceso.
Podemos estar mas o menos de acuerdo con este tipo de afirmaciones que se nos
presenta, pero lo que si puedo estar seguro es que si hay una pequeña ventana de la
persona que esta viviendo este proceso de transmitirle paz, bendito el mensaje que nos
quieren trasmitir.

Arkaitz Murua Gartzia, Alumno XIV Diploma Especialización en Bioética